SOCIALISTAS DE IZQUIERDA, SOCIALISTAS COMO ALLENDE


LA REPUBLICA SOCIALISTA DE LOS DOCE DIAS
junio 4, 2009, 7:03 am
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7061932

 

Marcha en apoyo de la República Socialista, frente a La Moneda

Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se aleja diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía entonces?…Para eso sirve, para caminar.

Eduardo Galeano

Al anochecer del 4 de junio de 1932, un grupo de militares provenientes de la base aérea El Bosque, acompañados por unas centenas de personas, ingresan al Palacio de la Moneda. El Comodoro del aire Marmaduque Grove se dirige al Presidente Juan Esteban Montero con estas palabras: “Como Comandante en Jefe de las tres ramas de las Fuerzas Armadas he resuelto deponer el gobierno que Ud. preside y establecer en Chile la República Socialista, en cuyo nombre procedo a tomar el mando de la nación para el pueblo de Chile y con el pueblo de Chile”. Así comenzaba, una de las gestas más significativas del pasado siglo, la utopía socialista de los doce días.

Se instala una Junta de Gobierno integrada por el general en retiro Arturo Puga, el dirigente socialista Eugenio Matte y Carlos Dávila. Asumen labores ministeriales el principal gestor de la jornada, Marmaduque Grove (defensa), además, dirigentes de distintos grupos socialistas se hacen cargo de la mayoría de los ministerios: Oscar Schnacke (Secretaría General de Gobierno), Eugenio González (Educación), Luís Barriga Errázuriz (Relaciones Exteriores), Alfredo Lagarrigue (Hacienda), Oscar Cifuentes (Salud) y Carlos Alberto Martínez (Tierras y Colonización).

Por medios de volantes, distribuidos por aviones, se da a conocer al pueblo de Santiago los propósitos de los nuevos gobernantes:

“La Republica socialista de Chile asegurará la organización de la economía nacional, bajo el control del Estado, disciplinará las fuerzas productoras y las hará resurgir, mediante una acción enérgica, no para satisfacer la codicia egoísta de la oligarquía corrompida, sino para bienestar y salud del pueblo.

Contra las pretensiones del capitalismo extranjero mantendrá imperativamente el deber de afirmar el control de nuestras fuentes de riquezas, entregadas sistemáticamente hasta ahora a empresas contrarias al interés colectivo, laborando así nuestra verdadera independencia económica. Al construir un nuevo orden de cosas estamos lejos de la influencia de cualquier imperialismo, sea éste el de la alta banca extranjera o del sovietismo ruso”.

El 5 de junio de 1932, se publica la primera proclama oficial de la “Junta de Gobierno Socialista”, que en lo fundamental, expresa:

“El proletariado, las clases productoras, la nación entera ha sufrido los efectos de un régimen económico-social que permite la explotación del trabajo, la especulación sin freno y el imperio de privilegios irritantes. La creciente desorganización de la economía, el dominio cada vez más absoluto de los intereses extranjeros levantados y manejados por la plutocracia y la oligarquía, la negligencia y la ineficacia de los gobiernos han ido acentuando en forma trágica la miseria del pueblo y la agonía de la nacionalidad”.

“Pretendemos iniciar una sociedad mejor que la actual dentro de las limitaciones naturales que imponen los recursos del país y sus condiciones históricas. Creemos que para lograrlo, el gobierno debe inspirar su acción en principios socialistas que reflejen las necesidades y anhelos dispersos en el ambiente de nuestro tiempo. No es posible encastillarse, disculpándose con ellos, en la formula ya anacrónica del individualismo liberal; en una superstición de la ley que sólo conduce a la paralización de la existencia social”.

“En consecuencia, en sus relaciones con los mercados extranjeros tenderá a liberar la economía chilena del yugo capitalista internacional y nacional. Si es necesario, el gobierno procederá de inmediato a tomar por su cuenta las importaciones de azúcar, petróleo, bencina y demás artículos de primera necesidad”.

Complementando la proclama, el Consejo de Ministros designado por la Junta de Gobierno, decreta las siguientes medidas:

 

“1.- Suspender los efectos de los lanzamientos en lo que se refiere a los cánones de arrendamiento inferiores a $200 mientras se dictan las disposiciones definitivas que consulta el plan económico de la organización socialista en lo referente a la domiciliación de inquilinos y obreros.

2.- Autorizar la entrega a los empeñantes de la Caja de Crédito Popular de los objetos indispensables para la vida y el trabajo domestico, maquinas de coser, herramientas de trabajo manual, prendas de vestir y otros que determinarán con el Director de la Caja. Estas entregas se harán con cargo a las utilidades de dicha Caja.

3.- Decretar la amnistía de todos los presos por causas políticas y sociales.

4.- Reponer a todos los maestros expulsados a raíz del último movimiento de opinión a favor de los marineros y a los separados por el régimen anterior.

5.- Dejar sin efecto las medidas disciplinarias adoptadas por el Consejo universitario en contra de los alumnos con motivo de las últimas incidencias pro-reforma universitaria.

6.- Ordenar el requisamiento inmediato de toda clase de armas que estén en poder de grupos e individuos que atenten contra la actual República Socialista”.

Livia Videla militante socialista, entonces adolescente, entrevistada por el historiador Miguel Silva en 1998, hace memoria de la impresión que hicieron en los sectores más pobres medidas como la devolución de bienes empeñados en la Caja de Crédito:

“Yo me impacté mucho cuando Grove asumió el poder. La gente en ese tiempo cuando no tenía plata para la comida iba a la casa de empeño. A mi me tocaba empeñar el día lunes para tener plata para la comida. Mi mamá en ese tiempo había tenido que llevar la maquina de coser a empeñar y otras cosas también. Entonces cuando Grove, el primer día que subió, sacó un decreto que se debía devolver todas las herramientas de trabajo que estaban empeñadas y entregadas a la gente sin cobro. Y eso impactó de inmediato en las personas, mi mamá estaba tan feliz porque no tenía plata para sacarla”.

En la casa central de la Universidad de Chile, se instala la FOCH (Federación Obrera de Chile) y se constituye el CROC (Comité Revolucionario Obrero y Campesino). Además, en ese 5 de junio se ordena la disolución del Congreso Termal, nombre dado al Congreso Nacional electo en 1930 en dudosas circunstancias.

El Ministro de Hacienda, Alfredo Lagarrigue, miembro de la NAP, al presentar su plan de política económica llamado de “las 40 medidas”, expresará que la finalidad simplemente es: “Alimentar al pueblo, vestir al pueblo, domiciliar al pueblo, entendiéndose por el pueblo al conjunto de los ciudadanos sin distinción de clase ni de partidos”.

A estas medidas, se suceden nuevos decretos cuyo significado será determinante para la democratización y desarrollo nacional posterior:

– Creación de los Ministerios del Trabajo y de Higiene.

– Creación del Banco del Estado.

– Teatro, Editorial y Radiodifusión del Estado.

– Organización de la investigación folclórica.

– Plan de Colonización Agrícola que se inicia con la distribución de tierras a los cesantes.

El 7 de junio, al término de una concentración de apoyo popular, se propone a la Junta estas medidas:

1.- Que la Junta Revolucionaria proceda de inmediato al armamento de los obreros, para la formación de la Guardia Revolucionaria, bajo el control de las organizaciones de trabajadores.

2.- Radicalización del movimiento dándole representación a las fuerzas populares.

3.- Hacer efectivas las reivindicaciones económicas para que los trabajadores apoyen la revolución y la burguesía tenga la sensación de su caída.

4.- Dictación inmediata de disposiciones que fijen el precio máximo de los artículos de primera necesidad a fin de impedir la especulación.

En las principales ciudades se suceden las marchas, concentraciones y manifestaciones de apoyo a la República Socialista. Los trabajadores asumen el control de dos periódicos de la reacción: El Mercurio y La Unión.

Como réplica, la figura de Carlos Dávila, miembro de la Junta, empieza a destacarse como alternativa de crítica y freno al proceso revolucionario, este declara a un periodista norteamericano que es “un ardiente partidario de colaborar y ayudar a las empresas y capitales de inversionistas extranjeros, tan necesarios para el desarrollo del país.” Y agrega “no tenemos ninguna intención de molestar la propiedad privada, ya sea de chilenos o de extranjeros. Los contratos serán respetados, como siempre lo han sido”. Desde Washington se comunica que “la opinión del Senado se ha sentido aliviada de un gran peso con la declaración del señor Dávila de que la propiedad privada no será molestada, ya que en general se considera esto como directamente en contra de Estados Unidos”. Se conoce de reuniones discretas de Dávila con mandos superiores de las Fuerzas Armadas.

La prensa informa que dos barcos de guerra norteamericanos se dirigen a las costas chilenas para “proteger las vidas e intereses de los ciudadanos norteamericanos.”

El 12 de junio, Carlos Dávila renuncia a la Junta declarando su sagrado compromiso con el Socialismo……..


El fin de la República Socialista

El 16 de junio de 1932, después que en la tarde del mismo día se originó una gran concentración obrera en apoyo al gobierno, un grupo de Oficiales de la Guarnición de Santiago dan un golpe militar y ponen fin a la República Socialista; detienen a Grove, a Matte y a otros socialistas, que son hechos prisioneros y luego desterrados a la Isla de Pascua.

Se decreta el estado de sitio y Carlos Dávila, asume como Presidente de una nueva Junta. Ante el golpe que impone a Dávila, la Alianza Revolucionaria de Trabajadores convoca a un paro nacional que dura tres días, hay enfrentamientos con el ejército y un número no determinado de muertos. El 12 de agosto, los estudiantes ocupan la Casa Central de la Universidad de Chile, Dávila ordena a las tropas el desalojo y nuevamente hay muertos y heridos.

 

El legado de los fundadores del Socialismo chileno.

Los relegados socialistas de la Isla de pascua, tendrán el tiempo para dialogar sobre los acontecimientos que habían protagonizado, sobre los errores cometidos y cual había sido la causa fundamental de la derrota de la República de los doce días.

Carlos Charlín (fundador del PS) en su libro del Avión rojo a la República Socialista recuerda aquellos diálogos “El tema que luego embargó la total atención de los prisioneros políticos en las tertulias nocturnas de la Isla de Pascua fue el problema de haber carecido la República Socialista de un poderoso partido de la clase obrera que le apoyara y colaborara en el gobierno. Matte creía que Chile estaba maduro para que mediante la dialéctica marxista interpretara la realidad chilena y propusiera soluciones que dieran verdadero bienestar a los proletarios. Estuvo de acuerdo con Grove en que la masa obrera que seguía al Partido Comunista era abnegada, disciplinada y de una actividad encomiable, pero sus decisiones estaban más subordinadas a la realidad internacional que a las necesidades nacionales. Un Partido Socialista chileno, con una doctrina marxista, con un programa absolutamente nacional, sin sujeción a ninguna internacional, estaba indicado para realizar la conquista del poder político, económico y social para la gran masa proletaria. Creía que sería fácil reunir a muchas de las personas que apoyaron el gobierno del 4 de junio en un gran congreso de obreros, empleados, intelectuales y profesionales de tendencias socialistas y sindicales, para construir el nuevo PS”.

De regreso en Santiago, Matte, Grove y los demás relegados, se dan la tarea de generar el nuevo Partido, que surgirá de la fusión de los distintos grupos socialistas que habían participado en la República Socialista de los doce días: la Nueva Acción Pública (NAP), la Orden Socialista, el PS marxista y la Acción Revolucionaria Socialista. El 19 de abril de 1933, con los delegados de estas agrupaciones, en la calle Serrano 150, nace el PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE. De esta sesión constitutiva, surgirá el legado de los fundadores del socialismo chileno: nuestros principios, nuestro partido y nuestra gran utopía, construir el socialismo en Chile.

Fernando Joignant M

 

 



Alocución de Armando Uribe Echeverría – 76e aniversario de la fundación del Partido Socialista de Chile – Francia
abril 25, 2009, 6:56 am
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76e aniversario de la fundación del Partido Socialista de Chile

París, Sede del Partido Socialista francés, 18 abril 2009

Alocución de Armando Uribe Echeverría

Presidente del Comunal Francia del PSCh


Queridos amigos, queridos compañeros,

La celebración del aniversario de la fundación del Partido Socialista de Chile, el 19 de abril de 1933, es una tradición, escrupulosamente respetada por todos los Comunales del PS chileno, del norte al sur de esta país de 4.300 kilómetros de largo, así como en todos los sitios en donde hay militantes socialistas organizados. Generalmente sirve para recordar, evocando la historia del partido, las luchas a las cuales estuvo confrontado y los principios que han guiado a sus dirigentes.

Esta evocación anual nos permite rendir homenaje a las destacadas personalidades que lucharon por sus principios y sus ideales. Como todos los partidos de la izquierda chilena, el Partido Socialista cuenta numerosos muertos de muerte violenta y muchos desaparecidos en la noche y en la bruma de la dictadura militar.

También permite rendir homenaje a los sobrevivientes, a aquellos que frecuentemente sufrieron la tortura y la prisión antes del exilio, que no es la ventajosa residencia en el extranjero que algunos de nuestros compatriotas quisieran creer.

El exilio que hace que hasta hoy seamos privados, entre otros, del derecho a voto -y me temo que será una vez más el caso este año, para las elecciones legislativas y presidenciales de diciembre próximo, a pesar de la reciente adopción de la ley sobre la inscripción automática en los registros electorales.

Esta celebración es, por otra parte, la ocasión de recordar cierto número de principios sobre los cuales se construyó la identidad de este partido. Permítanme algunas palabras al respecto.

El Partido Socialista de Chile fue precedido por una serie de pequeños partidos, movimientos y grupos de origen generalmente anarquista que surgieron hacia fines de los años 1890 : los Obreros socialistas Francisco Bilbao; la Unión Obrera, que llegara a ser el Partido Socialista de Punta Arenas; la Unión Socialista o aun las Sociedades de Resistenciaanarquistas, en donde se difundían las ideas de Malatesta, de Louis Blanc, de Proudhon y de Elisée Reclus.

Nuestro Partido Socialista fue sobre todo precedido por el Partido Obrero Socialista, fundado en 1912 por Luis Emilio Recabarren, que se transformará en 1923 en el Partido Comunista de Chile.

En el curso de los años veinte se vio el desarrollo de Asociaciones Socialistas y de pequeños partidos que tenían por nombreOrden Socialista, Partido Socialista Marxista, Nueva Acción Pública y Acción Revolucionaria Socialista.

Estos cuatro pequeños partidos participaron en la muy efímera experiencia de la República Socialista instaurada durante doce días en 1932, a fin de responder a la inquietud y al endeudamiento popular debido a la crisis de 1929 en Chile – 12 días durante los cuales el gobierno, entre otras acciones, liberó todas las personas condenadas por delito de opinión, creó por decreto el Banco Central, le devolvió a sus propietarios los objetos empeñados en el banco de Crédito Popular, nacionalizó las riquezas básicas…

El programa de gobierno era, «Alimentar al pueblo, vestir al pueblo, darle vivienda al pueblo, entendiendo por pueblo al conjunto de ciudadanos, sin distinción de clase ni de partidos».

Acusados por los militares de querer imponer el comunismo a Chile, un golpe de Estado militar puso fin a esa experiencia y relegó a sus responsables a la Isla de Pascua. Es sin duda allá, en la deportación, que surgió la idea de formar un solo partido que reagruparía a todas las pequeñas formaciones políticas que compartían los mismos ideales. Esos cuatro partidos firmaron el Acta de nacimiento del Partido Socialista de Chile.

Los principios de la izquierda chilena remontan a los años 1850 y a la Sociedad de la Igualdad, fundada por Francisco Bilbao y Santiago Arcos siguiendo el modelo francés, recientemente puesto al día por la revolución de 1848 y la instauración de la Segunda República en Francia con el lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Desde su fundación, el Partido Socialista de Chile puso los principios de libertad, de igualdad y de fraternidad en el campo de aplicación que debe ser el suyo: el económico. No hay ni igualdad, ni fraternidad y aun menos libertad sin una mejor repartición de las riquezas que produce la Nación toda.

Estos principios se unen a otra regla esencial, que se tiende a olvidar en estos días: el Partido Socialista es un partido de clase y pretende representar en el seno de la nación a las clases desfavorecidas.

Salvador Allende, en un discurso de 1939 ante el Parlamento, definía la naturaleza del socialismo chileno del siguiente modo:

«El Partido Socialista pretende que mientras existan clases sociales antagonistas, es decir de una parte una oligarquía explotadora aliada al imperialismo y servidora de sus intereses, y de la otra las masas trabajadoras oprimidas, y mientras el Estado sea utilizado por la fracción dominante como instrumento de represión, la verdadera democracia política seguirá siendo una utopía y no se logrará ofrecer ninguna seguridad económica a las clases laboriosas. Es por eso que el Partido Socialista lucha contra los dos pilares del régimen dominante: la inmensa propiedad terrateniente y su complicidad con el imperialismo. Vencer estas dos supervivencias semicoloniales en nuestra economía es el primer paso hacia una democracia legítima y un progreso cierto en el camino hacia el socialismo«.

Finalmente, y no es el menor de los principios fundamentales del socialismo chileno, el Partido Socialista afirmó desde su nacimiento su independencia absoluta respecto a todo partido o a toda internacional, lo que lo distinguió fundamentalmente del Partido Comunista chileno.

Esta voluntad de acordar la prioridad a las realidades nacionales, el respeto de las condiciones políticas, económicas y sociales de Chile, es lo que hace una de sus grandes originalidades.

También es el fundamento del constitucionalismo de Salvador Allende y el zócalo de esta experiencia que fue llamada «la vía chilena al socialismo», es decir la vía pacífica y democrática de las urnas.

Permítanme volver al aspecto económico del socialismo, que es sin duda uno de sus aspectos esenciales.

Salvador Allende le rindió cuenta al Partido de la salida de los ministros socialistas del gobierno de Frente Popular explicando su decepción por no haber podido intervenir en la realidad económica del país:

«Nosotros socialistas dejamos el gobierno cuando nos encontramos en la imposibilidad de desarrollar una política positiva en favor del país. Dejamos el Ejecutivo cuando nos dimos cuenta de que nuestros esfuerzos eran vanos y malinterpretados, y que nuestras iniciativas eran rechazadas por la derecha económica que aun controla el crédito y las finanzas».

Esta evocación me parece tanto más importante hoy día, cuando la crisis financiera golpea todos los países del mundo, más rápido que la de 1929, y que Chile se ve confrontado a una grave realidad política y económica.

Después de la dictadura militar, los gobiernos de la Concertación continuaron administrando un régimen político emanado directamente del régimen militar, y un sistema económico que, ciertamente produce crecimiento (una media envidiable de un 8% al año) pero en provecho exclusivo de un grupo extraordinariamente reducido de personas.

«Uno siempre se sorprende en Chile -cuenta David Rothkopf, ex director de la firma de consultores fundada por Henry Kissinger-por la rígida estratificación de la sociedad. Abajo se encuentran los pobres y la clase obrera, más arriba una clase próspera y educada que está en el origen del ‘milagro chileno’. En fin, en la cima, en la cumbre del mundo de los negocios, algunos recogen lo esencial de los beneficios del éxito del país. A pesar de sus progresos, Chile se parece a la mayor parte de los países en desarrollo del mundo. Aquí también, es un puñado de individuos y de grandes familias. Uno de mis amigos, que pertenece él mismo a la élite local, me dijo un día que Chile no es realmente un país, sino más bien un Club privado. Solo algunas grandes familias forman parte, los Angelini, Matte, Piñera, Luksic, Saieh, Claro, Edwards y algunas otras. Es el primer círculo. Si Ud quiere hacer algo aquí, más vale que los tenga de su lado».

Y el autor describe las desigualdades sociales en Chile, de «una amplitud inédita en el curso de su historia moderna. El 20% más rico de los chilenos obtiene casi el 67% del ingreso nacional, mientras que el 20% más modesto recibe apenas algo más del 3%. La separación entre chilenos ricos y pobres es aun peor hoy día que en los tiempos de Pinochet. Y es al mismo tiempo una de las más grandes del mundo«.

Si yo cito así Rothkopf -lo he sacado de un libro publicado el año pasado bajo el título Superclass y que acaba de aparecer en francés bajo el título La Casta: las nuevas élites y el mundo que nos preparan-, es por varias razones.

Primero, porque él no puede ser acusado de ingenuidad ni de anti capitalismo ni de izquierdismo: es un hombre de derechas, que estudia las élites mundiales con admiración.

Segundo, porque lo que él constata en nuestro país -y que nosotros también constatamos-, es la realidad política y económica objetiva del Chile actual.

Es evidente que el poder económico se impuso -en Chile como en otros sitios-, sobre toda otra forma de dominación: política, religiosa, militar.

Está claro que es gracias a la tranquilidad política y social impuesta por la larga dictadura militar de Pinochet que prosperó el sistema ideológico que prevalece hoy en Chile.

La ideología del neoliberalismo de mercado desregulado ha logrado incluso apoderarse de los espíritus mejor preparados en Chile para defenderse de ella. Y no veo mejor ejemplo de lo que afirmo que el de una militante histórica del Partido Socialista como lo es la presidente de la República Michelle Bachelet.

Al terminarse la «Cumbre Progresista» que se realizó hace algunas semanas en Viña del Mar, cuando un periodista le preguntó cuál era su definición de «progresismo«, eufemismo por el cual reemplazaron el término «izquierda«, Michelle Bachelet respondió: «La libertad de los mercados«.

Eso nos muestra simplemente que los principios enunciados en la Declaración de Principios fundacional del Partido Socialista, que las palabras que Salvador Allende pronunciara en el Parlamento y ante su partido, palabras que definen la naturaleza de su compromiso, pertenecen a un universo mental y político que no es el de los gobernantes -sean ellos socialistas- del Chile actual.

La diferencia entre estos dos universos mentales no puede en ningún caso ser reducida al debate simplista y engañador socialdemocracia contra socialismo, libertad de empresa contra estatismo.

La cuestión es más profunda, mas grave. La frase del amigo chileno de David Rothkopf la resume perfectamente: «Chile no es realmente un país, sino más bien un Club privado».

El debate entre estos dos universos mentales es el debate de la desaparición de las naciones en provecho de las élites multinacionales, a costa de todos aquellos, la inmensa mayoría, que no pertenecemos a la élite. Es el debate entre aquellos que defienden la existencia de las naciones y aquellos que cesaron de defenderla.

Chile ha servido, desde hace tres décadas, a las experimentaciones más brutales en materia de gestión económica, política y social.

Nosotros formamos parte de aquellos que creen que gobernar significa estar al servicio del pueblo. Que creen que es el pueblo, y no los mercados, la fuente de la legitimidad democrática. Que creen que la economía es un instrumento al servicio del Hombre, y no una religión abstracta a la que hay que rendirle un culto cotidiano.

Finalmente, nosotros formamos parte de aquellos que creen que Chile es una Nación, y que esa Nación es nuestra, de todos, y que no tenemos porqué aceptar que quien quiera que sea, -individuos, grupos, familias o clanes-, se apodere de ella y la transforme, como dicen ellos mismos, en un Club privado.

He dicho.



NOTAS SOBRE LAS CONCEPCIONES MARXISTAS
octubre 22, 2008, 9:25 pm
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NOTAS SOBRE LAS CONCEPCIONES MARXISTAS

DEL PARTIDO SOCIALISTA

***Julio Cesar Jobet

I

Asistimos a una ofensiva general contra el marxismo. Sus enemigos plantean en la lucha política e ideológica actual diversos dilemas y, en todos ellos, el marxismo es uno de los elementos: cristianismo versus marxismo, democracia versus marxismo, libertad versus marxismo… En sus enfoques le endosan y suponen concepciones que constituyen un desconocimiento o una franca tergiversación del conjunto doctrinario marxista; también, es cierto, explotan con habilidad aspectos obscuros, ambiguos, del complejo pensamiento de Marx; y, además, examinan en forma implacable los rasgos sombríos de la experiencia comunista soviética, considerándola como acabado modelo de un régimen marxista, y, al mismo tiempo, utilizan mañosamente las acusaciones, denuncias e improperios que se lanzan los distintos partidos comunistas de la órbita de Moscú y de Pekín.

En su esencia la concepción marxista critica y desenmascara a la democracia burguesa y liberal por no ser suficientemente democrática, por cuanto es falso que la democracia y las libertades humanas básicas puedan existir de manera real en un sistema capitalista de libre empresa, porque él consagra la propiedad privada de los medios de producción y la explotación del hombre por el hombre, agravándose esa situación, en la actualidad, cuando el sistema de libre empresa ya no funciona en ningún país capitalista siendo reemplazado por el imperio de una red de grandes monopolios, y cuyas sociedades se encuentran aherrojadas por controles en mayor o menor escala y, en general, la dirección del gobierno y la administración de la libertad, están entregadas al gran capital y al Estado técnico-burocrático. Pero tampoco la democracia y las libertades humanas pueden regir en un régimen de capitalismo de Estado, pues si en él se ha suprimido la propiedad privada de los medios de producción, éstos no se han entregado a la clase trabajadora, sino al Estado, bajo el dominio de un partido único, con lo cual se ha reforzado el poder del Estado y se han suprimido las libertades públicas. En él, el individuo sufre una opresión muy similar a la de un sistema capitalista monopolista.

Marx y Engels fueron campeones denodados de la democracia, de la libertad y de la verdad; su pasión revolucionaria tenía por norte llegar a destruir los privilegios económicos, las injusticias sociales, la represión política, la censura de pensamiento y a establecer, en cambio, la completa emancipación del individuo y de la sociedad, eliminando todas sus alineaciones. El mensaje fundamental de Marx radica en su denuncia de la inhumanidad del capitalismo y la responsabilidad ineludible de establecer el socialismo como solución eficaz de todas las aspiraciones y necesidades del hombre, como sostén definitivo de la libertad. Su concepto de la revolución tiende a la consecución impostergable de la plena dignidad humana. En uno de sus escritos la definió así: “yo llamo revolución a la conversión de todos los corazones y al alzamiento de todas las manos en defensa del honor del hombre”.

El concepto de libertad en Marx es tan amplio que ha llevado a algunos de sus discípulos hacia la reivindicación del libre albedrío. El original filósofo marxista alemán Ernest Bloch, por ejemplo, destaca el humanismo de Marx y proclama el papel avasallador de la acción y de la libertad humanas e, incluso, da una nueva dimensión al libre albedrío y al poder de decisión del hombre, porque sin la posibilidad de elegirno puede haber progreso y si todo el proceso del mundo está determinado de antemano nada nuevo puede ocurrir en la conciencia humana ni en la realidad. Y en una conferencia sobre la libertad expresó: “el libre albedrío se deriva de un deseo convertido en disfrute a través de una serie progresiva de elecciones, decisiones y acciones. La elección es el punto de partida de la libertad”. El hombre decide por si mismo si el mundo debe ser más humano o más diabólico. Y, precisamente, la lucha por someter la economía a una planificación, corresponde a un evidente grado de libertad y a un consciente poder decisional.

El Partido Socialista de Chile en su declaración de principios de 1933, al fundarse dejó establecida su adhesión al marxismo, rectificado y enriquecido por todos los aportes del constante devenir; y en su fundamentación teórica del programa aprobado en noviembre de 1947, ratificó su posición marxista, a la luz de las nuevas realidades mundiales, porque el marxismo como método mantiene un valor insuperable y su aplicación consecuente permite enfrentar con acierto la cambiante realidad y rectificar y enriquecer su propio cuerpo doctrinal. Uno de los comentaristas de sus teorías ha señalado que todos los aspectos fundamentales del pensamiento de Marx proponen grandes interrogantes más bien que soluciones definitivas, siendo esa su verdadera fuerza, excepto para mentes religiosas. Es quien ha indicado el mejor camino para penetrar en el análisis social, pero una vez entrado en él, quienes siguen sus enseñanzas quedan entregados a sí mismos y deben abrirse paso por sus propios medios. Según el mismo autor, el método de Marx, adaptado de Hegel, es el dialéctico, esto es la búsqueda de los rasgos contrapuestos de la realidad, la conciencia del movimiento, del conflicto, del cambio, de la impermanencia, y, por dicho contenido, la dialéctica de Marx debe distinguirse del sistema conocido con el nombre de materialismo dialéctico, según la denominación de Engels, para quien la dialéctica es “la ciencia de las leyes generales del movimiento y desarrollo de la naturaleza, la sociedad humana y el pensamiento”. Marx no utilizó la dialéctica en tal sentido y, precisamente, para conciliar la definición de Engels con la realidad sus seguidores han debido fijar una interpretación rígida, un cuerpo oficial de doctrina, y excluirla del proceso dialéctico de cambio. Desde entonces los escolásticos del marxismo resisten su confrontación con las grandes transformaciones de la época y hasta marxistas notables, como Henri Lefebvre, en su época de militante comunista, (posteriormente fue expulsado del Partido Comunista francés), llegó a afirmar que era tarea inútil tratar de superar el marxismo, porque “es la concepción del mundo que se excede (o supera) ella misma”. Juicio confuso y, en el fondo, manera de excluirlo del inexorable devenir dialéctico, aunque de acuerdo con la concepción materialista de la historia, toda ideología es parte de la superestructura regida por un ineludible proceso de cambio, y “si en la concepción marxista no puede haber superación sin negación, es evidente, entonces, que hay una contradicción en pretender, de una parte, que el marxismo es una teoría definitiva, imposible de negar, y, de otro lado, que él mismo se excede y supera”.

Los escolásticos del marxismo se niegan a incluirlo en el proceso de cambio, porque supondría adoptar una posición revisionista; pero al considerarlo como una teoría definitiva, fija, inmóvil, la concepción dialéctica sería reemplazada por una posición metafísica. Revisionistas son quienes deforman el marxismo, despojándolo de su contenido humanista, revolucionario y democrático, transformándolo en un conjunto de dogmas, desprovistos de realidad social, en manos de “caudillos infalibles” en calidad de intérpretes oficiales, omniscientes e infalibles, a quienes no se puede discutirso pena de excomunión.

En cuanto a la posición reformista, tampoco es marxista, porque niega su esencia revolucionaria. Las reformas dentro de un sistema de explotación son posibles, pero ellas no afectan el carácter del sistema de explotación. Las reformas dentro del régimen capitalista-burgués no resuelven sus contradicciones ni ponen término a la explotación; esto puedeconseguirse sólo por la abolición de la propiedad privadade los medios de producción. Y ésta se suprime, exclusivamente, por la revolución. Aunque la sociedad actual es distinta a la de la época de Marx, no es posible la adaptación pacífica del socialismo al mecanismo de la sociedad demo-burguesa hasta lograr su reemplazo. De aquí fluye la validez permanente de los postulados revolucionarios del marxismo. A pesar de las transformaciones del capitalismo, las nuevas realidades de la sociedad y las nuevas necesidades del hombre y del mundo hacen indispensable el socialismo. En cada etapa el movimiento socialista requiere un nuevo programa y exige una nueva estrategia, pero siempre sobre la base del reconocimiento de la revolución como medio de triunfo.

El comentarista Camilo Jordán, en una crónica sobre mi manual “Los fundamentos del marxismo”, hizo una serie de interesantes consideraciones sobre la actualidad del marxismo. Así escribe: “Es verdad que Marx no pudo figurarse el progreso técnico y científico que tomaría un ritmo tan colosal hasta engendrar una “segunda revolución industrial” y que las estructuras sociales y las condiciones de trabajo experimentarían cambios sorprendentes; pero no es menos cierto que el antagonismo social, señalado por Marx, se mantiene inalterable a pesar del progreso y las estructuras sociales de las naciones industrializadas, aunque diferentes a las de mediados del siglo pasado, no han perdido su carácter antagónico ni su tendencia a la concentración del poder económico y político, previsto por Marx, y ha sido la resistencia tenaz de las clases asalariadas la que ha impedido el establecimiento de un totalismo universal, como culminación de aquella tendencia propia del capitalismo”. En efecto, la inhumanidad del capitalismo se ha atenuado por la actividad del sindicalismo obrero y de los partidos populares; su combate cotidiano ha impuesto la dictación de una legislación democrática, la cual ha mitigado la expoliación capitalista; pero la legislación social y del trabajo no la ha otorgado la burguesía: le ha sido arrancada después de largas y costosas luchas por los trabajadores. El cambio de las condiciones de trabajo: disminución de la jornada de trabajo, alza de salarios, reglamentación del trabajo de las mujeres y de los niños, leyes de previsión y de protección, ha sido el resultado de la acción organizada y consciente de la clase trabajadora de acuerdo con la recomendación de Marx: “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Nunca la clase capitalista ha dado, por un espíritu de justicia, alguna concesión o mejoramiento a los trabajadores; todo lo obtenido, y exaltado como progreso que contradice las afirmaciones marxistas por los enemigos del socialismo, ha significado grandes conflictos, largas huelgas, sangrientas represiones, y airadas protestas de la burguesía y de los poderes públicos a su servicio. En cuanto a la posición de justicia social de la Iglesia Católica, en defensa de la clase obrera, y de la cual alardea en nutrida literatura, responde exclusivamente a su actitud secular de despertar ante los clamores del pueblo y tratar de narcotizarlo con pastorales evangélicas y ofrecimientos para la otra vida, pero en el fondo, ante todo, “vigila sus cuentas bancarias, sus tierras, su prestigio, su influencia política, sus dogmas idolátricamente venerados, sus ritos y tradiciones”.

En definitiva, la justeza indiscutible de las doctrinas económicas, sociales y políticas de Marx-Engels queda en evidencia al comprobarse que en la sociedad actual, a pesar de todo su prodigioso avance económico y su desarrollo técnico portentoso, permanecen intactas, en vasta escala, las diferencias de niveles de vida de las capas sociales; se mantienen los antagonismos sociales e internacionales; son frecuentes las crisis de cesantía y “sobreproducción” y, sin embargo, las tres cuartas partes de la población terrestre yacen en un espantoso subconsumo y no se aminoran las tendencias del régimen capitalista a eliminar los sectores intermedios colocados entre los asalariados y los empresarios. Desempleo y miseria, guerras y represiones, tiranías y sadismo, inseguridad y temor imperan en las regiones más extensas del mundo.

II

Según la concepción materialista de la historia, el fundamento de toda sociedad es su sistema económico; el modo como actúa y piensa la gente está determinado en última instancia por el modo como se gana la vida; el cambio económico es la fuerza motora de la historia. Las diferencias en el modo de ganarse la vida, por el trabajo o por la propiedad, originan grupos de intereses, actitudes y aspiraciones distintos y antagónicos. Tales grupos son las clases sociales, y son éstas, y no los individuos, las que juegan el papel decisivo en el escenario de la historia; hasta nuestros días la historia de todas las sociedades que han existido “es la historia de las luchas de clases”.

El primer acto que el hombre realiza, y que le hace diferente del resto de la naturaleza y de los animales, es la producción de objetos para la satisfacción de sus necesidades; la Historia así comienza, y así continúa y en la base siempre se encuentra el hombre y éste, fundamentalmente, es un complejo de necesidades que se satisfacen mediante el trabajo productivo. Jean Touchard, en su “Historia de las ideas políticas”, escribe: “Para Marx la historia del hombre en sociedad no es otra cosa que la relación fundamental hombre-naturaleza-hombre. La historia nace y se desarrolla a partir de la primera mediación que pone en relación al hombre con la naturaleza y al hombre con los otros hombres: el trabajo. La historia es, por consiguiente, la historia de la procreación del ser genérico del hombre por el trabajo y por las mediaciones que de éste derivan”.

Marx expuso el contenido fundamental de su concepción materialista de la historia, en el prólogo de su obra “Contribución a la crítica de la Economía Política”, aparecida en 1859, pero ya había llevado a cabo una aplicación brillante de ella en su célebre documento “El Manifiesto Comunista”, publicado en 1848. En su famoso prólogo expresa: “…en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social…”

Marx distingue entre la base, o infraestructura, de la sociedad y la superestructura de la sociedad. En la infraestructura es preciso considerar, primero, el estado de desarrollo de las fuerzas productivas, (en la lucha del hombre con la naturaleza enfrenta un determinado medio geográfico, con mayores o menores condiciones naturales; emplea determinados instrumentos de producción, de acuerdo a técnicas elevadas o rudimentarias); y, segundo, las relaciones económicas de producción, (en el proceso de producción, en el trabajo, los hombres establecen determinadas relaciones; un grupo de ellos acapara los medios de producción: tierras, minas, fábricas, bancos, ferrocarriles, herramientas… Se trata, entonces de examinar las relaciones de producción condicionadas por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, y de saber en poder de quienes se encuentran los medios de producción; o sea, las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto las relaciones de producción).

El modo de producción es la estructura social enfocada como organización de la sociedad, de las funciones sociales y clases sociales. Abarca las fuerzas productivas de la sociedad y las relaciones de producción entre los hombres.

En la superestructura es necesario considerar, en primer término, el régimen social-político; en segundo lugar, la psicología del hombre social; y en tercero, las ideologías.

El estudio de la base material de la sociedad, de las relaciones de producción, demuestra que todas las sociedades han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y clases oprimidas; entre poseedores y desposeídos.

Los aspectos principales de su concepción materialista de la historia Marx los expuso primeramente en su obra “La Ideología Alemana”. Muchos de los desarrollos expuestos en ella los sintetiza en “El Manifiesto Comunista”. Por ejemplo estos fragmentos son muy sugestivos: “De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del Estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de sufragios, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las cuales se ventilan las luchas reales entre las diversas clases… Y se desprende, asimismo, que toda clase que aspire a implantar su dominación, aunque ésta, como ocurre en el caso del proletariado, condicione en absoluto la abolición de toda la forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general, tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar su interés como el interés general, cosa a que en el primer momento se ve obligada… Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época, o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante… Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por lo tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas…»

En el pensamiento de Marx se armonizan teoría y praxis. No sólo interpreta la realidad y el movimiento histórico, también preconiza la transformación de la sociedad en un sentido progresivo. La fuerza explosiva de «El Manifiesto Comunista» reside, precisamente, en su acertada explicación del desarrollo social, de las leyes del sistema capitalista, y de la formación y dominio de la burguesía, y, sobre todo, en su llamado a la revolución para derribar el régimen de la burguesía. El capitalismo está condenado por sus propias contradicciones internas: «Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía el terreno sobre el cual ha establecido su sistema de producción y de apropiación de lo producido. Ante todo produce sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables». Pero, además, para asegurar el triunfo de la clase trabajadora y del socialismo es indispensable la acción organizada, la lucha revolucionaria del proletariado.

Marx y Engels escribieron en «El Manifiesto Comunista»: «El primer paso de la revolución obrera es la constitución del proletariado en clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas… Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase, y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es la fuerza organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, destruye por la fuerza las viejas relaciones de producción, destruye al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y las clases en general y, por tanto, su propia dominación como clase. En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos»…

Se desprende, con claridad, que el primer paso de la revolución obrera es elevar al proletariado a la condición de clase dirigente y establecer la democracia, es decir, una constitución democrática de la cual derivará el gobierno político del proletariado, y la concentración de los instrumentos de producción en manos del Estado, modificado éste en el sentido de ser la expresión del proletariado como clase dominante. Y tanto el predominio del proletariado como la existencia del Estado poseen un carácter transitorio; duran mientras se destruyen las condiciones originadoras de los antagonismos de clase y las clases en general para llegar a establecer una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos.

Los ideólogos de la burguesía, contribuyendo con la parte propia de su misión a la guerra fría, dirigen una violenta cruzada en contra del marxismo para presentarlo como una doctrina de tendencia autoritaria, cuyo conjunto de ideas no persigue otro objetivo que justificar la dictadura y el terror, tomando como base su concepción de la revolución y el gobierno del proletariado y asignando a la experiencia comunista-soviética la aplicación cabal de esos principios marxistas. Según tales ideólogos, Marx habría propiciado una «dictadura» en el sentido corriente del término, o sea, funcionamiento de un gobierno basado en la supresión de las garantías legales y de las libertades públicas y bajo el control de un grupo minoritario dueño de los resortes del Estado.

Marx usó, por primera vez, la denominación «dictadura del proletariado» en su obra «Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850», en el siguiente párrafo: «Mientras que la utopía, el socialismo doctrinario, que supedita el movimiento total a uno de sus aspectos, que suplanta la producción colectiva, social, por la actividad cerebral de un pedante suelto y que, sobre todo, mediante pequeños trucos o grandes sentimentalismos, elimina en su fantasía la lucha revolucionaria de las clases y sus necesidades, mientras que este socialismo doctrinario, que en el fondo no hace más que idealizar la sociedad actual y forjarse de ella una imagen limpia de defectos, quiere imponer su propio ideal a despecho de la realidad social; mientras que este socialismo es traspasado por el proletariado a la pequeña burguesía; mientras que la lucha de los distintos jefes socialistas entre sí pone de manifiesto que cada uno de los llamados sistemas se aferra pretenciosamente a uno de los puntos de transición de la transformación social, contraponiéndolo a los otros, el proletariado va agrupándose más y más en torno del socialismo revolucionario, en torno del comunismo, que la misma burguesía ha bautizado con el nombre de Blanqui. Este socialismo es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales».

Marx emplea la palabra «dictadura» según el sentido de la institución republicana romana, consistente en el gobierno provisional de un solo hombre, designado durante alguna crisis grave y con poderes limitados, por un período determinado. En el caso de la «dictadura del proletariado», como el gobierno provisional de la clase trabajadora en tránsito hacia la eliminación de las clases. En la época de su formulación, Blanqui y los blanquistas, abogaban por una dictadura revolucionaria de una minoría sobre la sociedad y, por lo tanto, sobre el propio proletariado. Desde un comienzo, Marx dio como contenido a su concepción de la dictadura del proletariado el de gobierno de la clase trabajadora, del pueblo; en ningún instante el de dominio de una élite revolucionaria, ni de un partido, en nombre del pueblo. La enunció, precisamente, en contraposición a la de Blanqui, quien pretendía llegar al poder y derribar el gobierno de la burguesía por la acción de una minoría, de una élite, de conspiradores y revolucionarios desligados de la masa, de la clase trabajadora. Marx demostró siempre admiración por Blanqui como revolucionario devoto y honrado, pero rechazó su prédica del «putsch», del golpe, a cargo de un grupo revolucionario conspirador. A1 concepto blanquista de la dictadura de una minoría revolucionaria activa, Marx opuso su concepción de la dictadura de clase del proletariado, usando el vocablo «dictadura» con el significado de «gobierno social» o dominio de la clase trabajadora. Para implantar el socialismo, el proletariado debe conquistar el poder político, y tal es el contenido del término «dictadura del proletariado».

En 1874, Engels, explicó, en forma retrospectiva, la diferencia entre la idea blanquista y la marxista, en estos términos; «De la hipótesis de Blanqui de que cualquier revolución puede ser hecha por la irrupción de una pequeña minoría revolucionaria, se sigue por sí misma la necesidad de una dictadura después del triunfo de la aventura. Esta es, por supuesto, una dictadura no de la clase revolucionaria entera, el proletariado, sino de la pequeña minoría que ha hecho la revolución y de quienes se han organizado previamente bajo la dictadura de unos cuantos individuos».

Marx, en oposición a los blanquistas, entiende la «dictadura del proletariado» como el gobierno de toda la clase revolucionaria (en ninguna parte habló Marx de su posible realización por una minoría, o por medio de un partido único), porque vinculó siempre la dictadura o gobierno del proletariado a la idea del apoyo de la mayoría, y la forma de ese gobierno dependía de la existencia de un proletariado con conciencia de clase, erigido como fuerza dominante. Marx no sólo rechaza la dictadura mediante una minoría de revolucionarios conspiradores o profesionales, como lo quería Blanqui, sino inclusive mediante el proletariado en tanto éste no tiene el apoyo de las otras clases. Marx contrapuso al concepto de Blanqui de dictadura de una minoría, su idea de dictadura de clase, de dictadura del proletariado, entendida como «gobierno del proletariado» o «poder político de la clase trabajadora», manteniendo la revolución permanente hasta eliminar las clases privilegiadas e imponer el socialismo.

En general, Marx, rechaza la dictadura de una minoría en nombre del proletariado; tampoco acepta la dictadura del proletariado como un fin; y es enemigo de todo fetichismo estatal. En su carta a J. Weydemeyer, fechada en Londres a 5 de marzo de 1852, le manifiesta:… «Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1°) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2º) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3º) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases»…

En su «Crítica del Programa de Gotha», Marx llevó a cabo una violenta crítica al proyecto de programa redactado con motivo del congreso de unificación de las organizaciones obreras alemanas, (Partido Obrero Socialdemócrata, los eisenachianos, dirigidos por Liebknecht y Bebel; y la Unión Central de obreros alemanes», organización lassalleana), el 22-27 de mayo de 1875, en Gotha, del cual surgió el Partido Socialista Obrero de Alemania, y rebatió las posiciones teóricas económicas y las tácticas políticas de Lassalle. En el párrafo sobre la aspiración del Partido Obrero Alemán «al estado libre», la ridiculiza y expresa: “La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella, y las formas de Estado siguen siendo hoy más o menos libres en la medida en que limitan la «libertad del estado». Después de referirse a las frases «sociedad actual» y «estado actual», escribe: «Sin embargo, los distintos estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrollada que en otros, en el sentido capitalista. Tienen también, por tanto, ciertos caracteres esenciales comunes. En este sentido, puede hablarse del «Estado actual», por oposición a: futuro, en el que su actual raíz, la sociedad burguesa, se habrá extinguido. Cabe, entonces, preguntarse: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado, subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por más que acoplemos de mil maneras la palabra pueblo y la palabra Estado, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema. Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado».

Le enrrostra plantear reivindicaciones democráticas y no exigir la principal, en la cual caben todas, la de una república democrática. Y en un párrafo expresa: «Hasta la democracia vulgar, que ve en la república democrática el reino milenario y no tiene la menor idea de que es precisamente bajo esta última forma de Estado de la sociedad burguesa donde se va a ventilar definitivamente por la fuerza de las armas la lucha de clases; hasta ella misma está hoy a mil codos de altura sobre esta especie de democratismo que se mueve dentro de los límites de lo autorizado por la policía y vedado por la lógica». Y más adelante agrega; «Pese a todo su cascabeleo democrático, el programa está todo él infestado hasta el tuétano de la fe servil de la secta lassalleana en el Estado; o -lo que no es mucho mejor- de la superstición democrática; o más bien un compromiso entre estas dos supersticiones, ninguna de las cuales tiene nada que ver con el socialismo».

La revolución popular de París, la Comuna de marzo-abril de 1871, realizó en forma práctica el primer intento de un gobierno proletario. Marx la defendió en un opúsculo vibrante, «La guerra civil en Francia». Ahí la presenta como un «gobierno de la clase trabajadora», como «la forma política al fin descubierta bajo la cual realizar la emancipación económica del trabajo». Describe y subraya el carácter completamente democrático de la Comuna con sus medidas de: sufragio universal, funcionarios electivos y revocables, abolición del ejército permanente, fin de toda investidura jerárquica, despolitización de la policía, democracia comunal desde abajo en reemplazo del destruido estado centralizado. Los rasgos predominantes en la experiencia de la Comuna son la hegemonía del proletariado en la revolución, (los demás sectores sociales lo consideran su vanguardia y dirigente), y sus formas de instituciones realmente democráticas, y, por todo ello, Marx expresaba que «sus medidas especiales no podían sino favorecer la tendencia de un gobierno del pueblo para el pueblo». Más tarde, Engels, en la introducción a una nueva edición de «La guerra civil en Francia», decía: «Finalmente los filisteos social-demócratas se han llenado una vez más de saludable terror ante las palabras dictadura del proletariado. Bueno y muy bueno, caballeros. ¿Quieren saber a qué se parece esa dictadura? Vuelvan los ojos a la Comuna de París. Eso fue la dictadura del proletariado».

Marx y Engels comprendían el régimen de dictadura del proletariado como una sociedad en la cual el poder del Estado estaría en manos de los trabajadores y en proceso de extinción, por medio de la entrega de muchas de sus funciones a la sociedad de acuerdo con medidas como las practicadas durante la Comuna de París. El estado burgués sería reemplazado por un estado proletario que retendría, en sus comienzos, un poder coercitivo semejante al de su predecesor, por la imposibilidad de eliminar en el acto todas las bases del dominio de la burguesía, pero, al mismo tiempo, tendería a facilitar un orden democrático, con formas de democracia directa. De esta suerte el Estado iniciaría su marchitamiento.

Finalmente, Engels en su crítica del programa de Erfurt, en el cual se había omitido la petición de una república democrática, anota: «Una cosa es absolutamente cierta y es que nuestro partido y la clase trabajadora no pueden lograr el gobierno salvo bajo la forma de una república democrática. Esto último es inclusive la forma específica de la dictadura del proletariado como lo ha mostrado ya la gran revolución francesa».

En resumen, Marx y Engels, concibieron la dictadura del proletariado como antítesis de la dictadura de la burguesía y no como antítesis de la democracia. Para Marx-Engels, la república democrática era la forma específica de la dictadura del proletariado, (Marx habría eliminado cualquier ambigüedad en su pensamiento si hubiese hablado, sencillamente, de «gobierno del proletariado» o de «democracia proletaria», sin emplear el insidioso vocablo “dictadura”). De todos modos es justa la posición de quienes defienden el contenido revolucionario y democrático del marxismo y rechazan su interpretación autoritaria, estatista y dictatorial, de corte jacobino o blanquista, y propia del llamado marxismo-leninismo.

III

Diversos comentaristas de Marx consideran que, en su pensamiento, se combinan dialécticamente los principios políticos de la libertad y la revolución, y las de la autoridad y el establecimiento de un nuevo orden orgánico y armonioso pero en el movimiento socialista posterior han sido causa de distintas interpretaciones y divisiones. Por ejemplo, Lenin, formado bajo un orden social autocrático, tendía hacia el autoritarismo y el centralismo; en cambio, Rosa Luxemburgo, influido por la tradición del liberalismo político del occidente europeo, se inclinaba hacia su aspecto libertario y democrático.

A partir de la revolución rusa y de la victoria de los bolcheviques se entró a hablar del «marxismo-leninismo». Lenin habría alcanzado la exacta comprensión del conjunto teórico del marxismo, y, al mismo tiempo, le habría dado la justa aplicación, en el sistema comunista-soviético instaurado en Rusia.

El problema es difícil, porque existen la obra y el pensamiento de Marx-Engels, y, también, existen las interpretaciones de Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Stalin y Mao Tse-tung, como anota un crítico agudo, no es ninguno de ellos y es algo más que un guión lo que separa al marxismo del leninismo. El filósofo marxista polaco Andrés Stawar, en una obra póstuma, no cree que un retorno a las fuentes leninistas pudiera remediar en lo más mínimo las deformaciones estalinistas; y Giovanni Amendola, alto dirigente del comunismo italiano, ha expuesto la siguiente tesis: los partidos socialistas y comunistas están en quiebra. Ni unos ni otros han alcanzado sus objetivos. La sociedad capitalista se ha transformado profundamente. El mundo de hoy no tiene nada que ver con la sociedad en que vivió Lenin. Por sus orígenes históricos y por el tiempo transcurrido, la revolución rusa no puede servir de modelo a la occidental. Hay que liquidar los actuales partidos comunistas y socialistas y crear uno nuevo capaz de agrupar a cuantos adhieran de una manera u otra a las ideas socialistas. Hay que elaborar un programa completamente nuevo, que corresponda a la sociedad real de hoy . . .

El leninismo es una interpretación propia de una época, y por una posición unilateral, del marxismo; y, en todo caso, superada ya por el dinamismo de la sociedad contemporánea.

El Partido Socialista de Chile nunca se proclamó marxista-leninista, ni tampoco aceptó la Segunda ni la Tercera Internacionales. Se proclamó marxista a secas, y, por lo tanto, subrayó el ineludible proceso de rectificación y de enriquecimiento de su conjunto doctrinal.

Sin duda, Lenin aportó una notable contribución al haber teórico del marxismo, pero sus doctrinas sobre la revolución y la dictadura del proletariado, a través de la actividad de un partido de revolucionarios profesionales, merecieron violentas críticas del sector reformista del socialismo internacional, y serios reparos de grandes teóricos y luchadores socialistas revolucionarios, por creerlas una visión parcial y dogmática, a menudo deformada, del marxismo, influidas por la particular realidad rusa con un proletariado escaso y una enorme masa de campesinos, sin educación política, y mantenida por la más bárbara y atrasada opresión, realidad muy distante de la analizada por Marx y sobre 1a cual edificó su vasta creación teórica.

Lenin lanzó sus primeras concepciones sobre la organización del partido revolucionario y el carácter de su misión, a comienzos del siglo XX. En su libro «¿Qué Hacer?» plantea la estructuración de un partido reducido, monolítico, con disciplina de hierro, como vanguardia de la clase trabajadora, para luchar por el derrocamiento del poder zarista y establecer la dictadura del proletariado. En planteamiento seguía la línea blanquista, y no la marxista. Ponía su fe en la lucha de una minoría activa. fanática, de revolucionarios profesionales, y no en la clase misma. Escribía: «pero de ello se debe sacar la conclusión de que se necesita un comité de revolucionarios profesionales, ajeno al hecho de que sea un estudiante o un obrero el que se convierta en revolucionario profesional… Y yo afirmo: 1º, que ningún movimiento revolucionario puede tener duración sin una organización estable de dirigentes que mantenga la continuidad; 2º, que, cuanto más amplia es la masa que se adhiere espontáneamente a la lucha, que constituye la base del movimiento y participa en él, tanto más urgente es la necesidad de una organización semejante, y tanto más sólida debe ser esta organización ya que será tanto más fácil a los demagogos de todo pelaje el arrastrar a las capas atrasadas de la masa; 3°, que una organización así debe componerse principalmente de hombres que se dedican por profesión a da actividad revolucionaria»…

Rosa Luxemburgo, profunda conocedora del marxismo y luchadora intrépida, (fue dirigente del movimiento espartaquista, a fines de la primera guerra mundial, y pereció asesinada por las fuerzas de la reacción alemana en las luchas revolucionarias de 1919), a propósito del nuevo libro de Lenin «Un paso adelante, dos pasos atrás», rechazó, en 1904, las concepciones del partido-vanguardia monolítico, con «disciplina» y «obediencia», según el principio del «centralismo», organizado como un estado mayor de «revolucionarios profesionales», por desnaturalizar y aniquilar la democracia que se decía proclamar. A su entender, el «centralismo democrático» leninista no era sino la transposición mecánica de los principios de la organización blanquista de círculos de conjurados, al movimiento socialista de las masas obreras. Según ella, la disciplina que Lenin tenía en vista era inculcada al proletariado no sólo por la fábrica sino también por el cuartel y por el burocratismo actual; en resumen, por el mecanismo del Estado burgués centralizado. En cambio, en el movimiento socialista el espíritu de organización debe tender a la coordinación y la unificación del movimiento de masas, pero de ninguna manera su sumisión a un reglamento rígido. El partido debe estar compenetrado de este espíritu de movilidad política, y debe completar una severa fidelidad a los principios y el cuidado de la unidad, para que la acción y experiencias prácticas sean fecundas y corrijan todas las incongruencias de los Estatutos. Y en su seno debe existir un amplio espíritu de discusión y crítica, o sea, el clima exigido por Engels, cuando escribía al Partido Social-Demócrata Alemán: «No hay partido en el mundo que pueda condenarme al silencio cuando estoy dispuesto a hablar …Ustedes -el partido- necesitan de la teoría socialista y esa teoría no puede existir a no ser que haya libertad en el partido».

Rosa Luxemburgo rechazaba la tesis del «centralismo democrático» leninista, por dividir las fuerzas de la acción socialista en «masa» y «jefes»; por un lado, la vanguardia revolucionaria, la «élite», el estado mayor de la revolución; por el otro, la masa, sin clara conciencia de los objetivos finales, apta sólo para ser manejada y conducida hacia la meta propuesta. Por el contrario, «la inteligencia real de la masa en cuanto a sus fines y medios es para la acción socialista una condición histórica indispensable, del mismo modo que la inconsciencia de las masas fue otrora la condición de la acción de las clases dominantes». Por eso la tarea esencial del movimiento socialista es la educación y esclarecimiento de las masas, labor superflua para los «revolucionarios profesionales», a quienes no interesa educar sino controlar y para los «oportunistas», quienes sólo ven en la masa, electores, votos, bancas parlamentarias o carteras ministeriales. Por lo expuesto, la socialdemocracia ligada a la clase obrera debe ser el movimiento propio de las clases trabajadoras.

Lenin llevó a la práctica sus concepciones políticas en 1917. Un primer intento de conquistar el poder por medio de un golpe, al estilo blanquista, en julio de aquel año, fracasó; pero en octubre, en circunstancias especiales, obtuvo el triunfo y entró a aplicar sus doctrinas y métodos en la construcción de un nuevo régimen en Rusia. Procedió a socializar todos los medios de producción, cambió transportes y comunicaciones; estableció el trabajo obligatorio; y el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos; consolidó un estado proletario, ejerciendo el monopolio del poder con tendencia al partido único, el Partido Comunista Bolchevique, es decir, a la dictadura de una minoría en nombre del proletariado. Fue la época del «comunismo de guerra».

A Lenin le correspondió actuar en el período más difícil de toda revolución; aquel en que se manifiestan los mayores antagonismos derivados de las poderosas tendencias antisocialistas subsistentes en el seno de la vieja sociedad que se derroca.

La socialización de las empresas capitalistas en la URSS fue un acto revolucionario y progresista, por cuanto significó un salto cualitativo desde las antiguas relaciones sociales capitalistas hacia nuevas relaciones socialistas. El estado proletario se robusteció como una necesidad propia del periodo de transición del capitalismo al socialismo, aunque con un carácter distinto, pues mientras el estado burgués, en la época del imperialismo, tiende al reforzamiento de las fuerzas burocráticas y de los monopolios, el estado socialista, no obstante su aumento momentáneo de poder, debe tender a su debilitamiento, a su marchitamiento, al pasar sus funciones en el terreno de la economía a la sociedad y de esa suerte aumenta la importancia del papel del productor mismo. Pero este punto se manifestó con claridad el peligro encerrado en la concepción leninista del partido único, como representante de la clase trabajadora, al monopolizar el gobierno y confundirse con el Estado. Eliminó implacablemente a los demás partidos obreros y socialistas, (los cuales facilitaron su victoria como aliados), y tomó terribles medidas represivas. La desviación de la revolución proletaria por la dictadura del partido-vanguardia monolítico, en este caso el Partido Bolchevique, provocó a comienzos de 1921, el levantamiento popular encabezado por los marineros de Cronstadt, ferozmente reprimido, que pedía el restablecimiento de la democracia popular, socialista, para impedir la desviación terrorista de la revolución. Lenin hizo abolir el «comunismo de guerra» e instauró la NEP, (Nueva política económica), que logró el desarrollo de las fuerzas productivas mediante la organización centralizada de las grandes industrias, de acuerdo con una especie de capitalismo de Estado. Pero, en lo político, afirmó un fuerte poder gubemamental, reforzando de manera ilimitada el Estado, en vez de proceder a su debilitamiento, según lo exigido por las teorías de Marx. Desde ese instante las tendencias burocráticas y de capitalismo de Estado, que pugnaban por imponerse en el seno de la revolución soviética, se desencadenaron con fuerza hasta dominar el nuevo régimen bajo el comando de Stalin.

En la terrible experiencia leninista de 1917-1924, durante la cual conformó un sistema ajustado a sus teorías y prácticas, defendidas como la correcta interpretación y la consecuente aplicación de las concepciones marxistas, se encuentran los orígenes del totalitarismo comunista-soviético y del denominado «culto de la personalidad», de Stalin. Resultaron proféticas las críticas de Rosa Luxemburgo a los métodos leninistas, en el otoño de 1918, hechas a la luz de una correcta posición marxista. Decía la brillante teórica y revolucionaria: «Las tareas gigantescas a las cuales los bolcheviques se han entregado con coraje y resolución reclamaban precisamente la más intensa educación política de las masas y una acumulación de experiencias que jamás es posible sin libertad política …La libertad reservada sólo a los partidarios del gobierno, sólo a los miembros de un partido, por más numerosos que éstos fueren, no es libertad. La libertad es siempre la libertad del que piensa distinto. No por fanatismo por la «justicia» sino porque todo lo que hay de instructivo, de saludable y de purificador en la libertad política tiende a ella y pierde su eficacia cuando la «libertad se convierte en privilegio»… «decretos, poder dictatorial de los inspectores de usinas, penalidades draconianas, reino del terror, son apenas paliativos. El solo camino que conduce al renacimiento es la escuela misma de la vida pública, la democracia más larga y más ilimitada, la opinión pública. Lo que desmoraliza es justamente el terror. Suprimido todo eso ¿qué queda? Según Rosa Luxemburgo, al sofocarse la vida política del país se paralizaría la vida incluso en los soviets y, final, únicamente la burocracia permanecería activa. La dictadura del proletariado se transformaba en el dominio de una pandilla o camarilla, en una dictadura en el sentido burgués, en el sentido de la dominación jacobina, y «un tal estado de cosas engendra necesariamente un aumento de salvajismo en la vida pública: atentados, rehenes fusilados, etc.»… Para ella, la dictadura del proletariado debe ser obra de la clase obrera misma y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en su nombre. Su penetración crítica resultó certera. El gobierno de Lenin llegó hasta la terrible represión armada de Cronstadt y a medidas policiales implacables, propias de una despiadada tiranía. Y el régimen de Stalin quedó de antemano magistralmente retratado en las líneas de la escritora socialista; «Estado totalitario con una dictadura fuertemente centralizada, en donde una burocracia con todos los privilegios de la burguesía, (autoridades de partido, policía, ejército, prensa) domina sobre una masa de trabajadores privados de todo derecho, en un régimen de salarios diferenciales de enorme oscilación, starjanovismo, terror y campos de concentración, (los soviets fueran despojados de todo poder). Y en el seno del partido dirigente desapareció la democracia para transformarse en una mera correa de transmisión del Comité Central a las bases, es decir, en un organismo ejecutor de las órdenes superiores y sometido a periódicas purgas y procesos donde son sacrificados despiadadamente sus elementos valiosos, con “ideas propias”.

El teórico yugoslavo Edvard Kardelj ha tratado de explicar el fenómeno de la desviación totalitaria de la revolución soviética, en estas líneas: «Cuando más atrasada es una nación mayor y más centralizado habrá de ser el aparato que organice el proletariado revolucionario para luchar contra las tendencias antisocialistas. Cuanto mayor sea el poder que el proletariado delegue en ese aparato, más amenazador será el peligro de que aquél se haga independiente del propio proletariado y, por otra parte, cuanto más poderoso e independiente de la clase obrera y de las masas laboriosas en general sea el aparato ejecutivo, más se transformará en una fuerza social autónoma que aspire a conservar y desarrollar las relaciones sociales propias del capitalismo de Estado. En otras palabras, en estas condiciones la misma revolución proletaria engendra la fuerza que tiende a degradarla hasta transformarla en una tiranía burocrática basada en el capitalismo de Estado». Lo ocurrido en la URSS constituye la comprobación de lo descrito por Kardelj, pero tal realidad surgió deliberadamente conformada por la práctica leninista y, más tarde, estalinista. En el fondo se desvió y degradó la revolución porque no se aplicaron las recomendaciones marxistas sobre la dictadura del proletariado asentada en 1a participación activa de las masas y sometida, entonces, a su voluntad y al control de la opinión pública; porque debía resultar de la educación política creciente de las masas populares. La concepción marxista de la dictadura del proletariado no supone un repudio a la democracia ni un estímulo a la exaltación de un Estado todopoderoso, tampoco la entrega de la representación de la clase obrera a un partido único; por el contrario, para impedir la anomalía anotada por Kardelj, plantea Marx la administración de los medios de producción por los trabajadores mismos a través de la implantación de los consejos obreros y la autoadministración obrera.

En el régimen comunista-soviético, el Estado aumentó su poder en escala monstruosa, en vez de debilitársele y transformársele, porque no se entregaron las funciones económicas a la clase obrera, sino que las asumió él y dio vida a una burocracia todopoderosa. En vez de un régimen socialista entró a conformar un sistema de capitalismo de Estado. Según numerosos teóricos socialistas este fenómeno se debió a que Lenin no enfocó con claridad, en sus obras esenciales, como «El Estado y la revolución» y «la revolución proletaria y el renegado Kautsky», el tremendo problema de la democracia proletaria. En un trozo escribe: «como todo estado es una organización sistemática de violencia, y como la democracia burguesa sólo es una forma del Estado burgués, en la primera fase del comunismo, que es la dictadura del proletariado, en la que todos los ciudadanos se convierten en empleados del Estado, idénticos a los obreros armados, el Estado proletario ejercerá la violencia, no en mayor medida que el Estado democrático burgués, pero de otro modo y de una manera directa».

Lenin vincula la suerte de la democracia con la del Estado, sin pensar en la posibilidad de la organización de la democracia industrial, en donde la economía planificada sería reajustada directamente por los obreros mismos. Actitud extraña en un marxista ortodoxo, pues el principio de la participación directa de los productores en la administración de la economía lo formuló Marx en sus libros «La miseria de la Filosofía», «La guerra civil en Francia» y «Crítica del programa de Gotha». Las ideas de los consejos obreros y de la autoadministración obrera fueron aplicadas, por primera vez, durante la Comuna de marzo de 1871, por los trabajadores de París. Y su práctica la han imitado, en la actualidad, los socialistas yugoslavos, para impedir el burocratismo y el capitalismo de Estado, suministrando una experiencia original para la constitución de un legítimo régimen popular, de democracia directa por medio de los consejos obreros y las comunas.

En definitiva, una vez triunfante la revolución, es preciso impedir que el nuevo régimen degenere en una dictadura bonapartista de la burocracia sobre las masas, a través del partido único, e incluso de la dictadura de su dirección sobre el partido y sobre las masas. Un gran partido marxista revolucionario, debe ser, en lo interno, profundamente democrático, permitiendo la libre confrontación de tendencias ideológicas en su seno, (la lucha de tendencias democráticas en el partido será el reflejo de las aspiraciones e intereses de las diferentes capas de las clases trabajadoras). Por otra parte, en un régimen socialista debe proclamarse y respetarse el derecho a la existencia de todo partido que se ubique en el marco de la constitución socialista del país y adhiere a las conquistas económicas, sociales y políticas de la revolución: «este derecho a la existencia eventual de otros partidos así definido es la llave del desarrollo de una verdadera democracia socialista». Así se podrá conjurar el peligro de la burocratización rápida del partido revolucionario y del Estado, en los países de bajo nivel material, donde la revolución triunfe conducida por un partido único.

Lenin mantuvo su posición de partido único monolítico, encarnación de la clase obrera, en un país campesino, con un escaso proletariado verdadero, implantando una implacable tiranía, y eliminando los otros partidos populares (mencheviques, socialistas revolucionarios y anarquistas), con lo cual echó las bases de un peligroso totalitarismo, con un desarrollo faraónico y monstruoso bajo el gobierno de Stalin. En lo formal se le ha proclamado siempre dictadura del proletariado, pero en la realidad ha sido una dictadura sobre el proletariado obrero y campesino, ejercida por un partido minoritario dueño del gobierno y del Estado, el cual poco a poco fue despojado de su poder real en beneficio del Comité Central y de su líder. El culto del partido único desemboca, fatalmente, en el «culto de la personalidad».

El sociólogo francés Jean Duvignaud subraya que el partido, como toda corporación sólidamente organizada, se forja una ideología absoluta, aspecto en lo cual lo precedieron la iglesia y el Ejército. En general, el partido arrastra una clase, que él idealiza, a combates en que la clase real debe reconocer su verdadero destino y aceptar esa idealización. Su poder lo mantiene con mítines, reuniones, periódicos, fiestas, y con un dogmatismo inflexible: «el partido representa a la clase; la clase tiene su partido. Ese totalitarismo de clase es formalmente idéntico al de los nacionalistas que aseguran que la nación tiene su ejército».

En la concepción leninista, particularmente, dicha afirmación alcanza caracteres extremos. El partido es la vanguardia escogida, con disciplina de hierro y jerarquizada, de esa clase. De tal concepción surge, naturalmente, el «culto del partido», y al llegar a ser dueño del gobierno se traduce, en el acto, en su identificación con el Estado, dando vida a una burocracia, como nueva clase, y a un duro capitalismo de Estado. Y, finalmente, el «culto del partido» se encarna en el de su líder o jefe, de donde resulta el «culto de la personalidad», eufemismo para significar la más feroz tiranía personal.

Estado y Partido se presentan, en los últimos tiempos, como nuevas deidades bárbaras al servicio de la eficiencia y para el sometimiento del hombre.

No era desacertada, entonces, la crítica de algunos bolcheviques a las concepciones políticas leninistas al caracterizarlas como propias de un ideólogo de la «intelligentzia» y no del proletariado, al estilo de Blanqui en el siglo pasado. Lenin como ideólogo, eleva el proletariado a una categoría abstracta y su concepción práctica del partido-vanguardia, representante auténtico de la clase, significa una idealización y una intelectualización del proletariado, por cuanto casi no existía en Rusia y, sin embargo, en su nombre, y con rigor implacable, actuó la minoría del partido-vanguardia eliminando y persiguiendo a los demás grupos populares e imponiéndose sobre el proletariado. La unilateralidad de su concepción, elaborada de acuerdo con una errada interpretación del marxismo, al ser aplicada no se tradujo en un régimen de dictadura del proletariado con democracia industrial, autogestión obrera y marchitamiento del Estado, sino en un sistema tecnocrático y burocrático de capitalismo de Estado, con un fortalecimiento del Estado como no había visto en la historia, y en el cual ha alcanzado un desmedido rol social el sector de técnicos, burócratas y altos jefes de las fuerzas armadas.

Marx presintió en el volumen de su obra magna («Proceso de conjunto de la producción capitalista») la formación de una nueva clase social, constituida por el grupo tecnoburocrático, el cual con el desarrollo del capitalismo y de la técnica aumentaba su fuerza y su importancia y podría entrar en lucha con la burguesía y con el proletariado. Aparecen los directores como burócratas y supervisores de la gran industria. En una economía de Estado bajo la «dictadura del proletariado», al estilo soviético, entran a comportarse como una nueva clase y tratan de volverse independientes.Milován Djilas en «La Nueva Clase» enfoca y desmenuza la realidad social y política de los países comunistas, comprobando el ascenso de esta nueva clase tecno-burocrática, a causa del proceso de industrialización y de la dictadura totalitaria, dueña del poder. James Burnham en «La Revolución de los Directores» analizó dicho fenómeno partiendo de algunos pasajes de Marx y de varios textos de Saint-Simon, en la sociedad industrial contemporánea. Según Pierre Naville, el norteamericano Burnham se apoderó del pensamiento y de las tesis del italiano Bruno Rizzi, quien, en 1939, hizo aparecer en Francia su obra «La bureaucratisation de monde». Burnham lo conocía desde su polémica con Trotsky y, al romper con el marxismo, se apropió sencillamente del contenido del volumen de B. Rizzi y lo adaptó en su «Managerial revolution», aparecido en 1945.

Lo interesante a deducir de estas diversas obras es el unánime acuerdo en la existencia y poderío de una nueva clase social, surgida de las transformaciones económicas y del portentoso avance tecnológico, en las sociedades industriales, con una importancia decisiva en la conducción de la sociedad, que modifica, en gran parte, el antagonismo señalado por Marx y, a la vez, lo rectifica en cuanto a la capacidad de este régimen para reformarse y adaptarse a las nuevas necesidades y exigencias de la sociedad.

El dirigente yugoslavo V. Vlahovic, por otro lado, ha escrito lo siguiente: «ocultándose detrás de una fraseología marxista, pretextando actuar en nombre del proletariado y de los trabajadores en general, una minoría burocrática puede sojuzgar al proletariado, frenar el desarrollo socialista y orientar toda la evolución en un sentido anti-socialista». Lo que pasó en la URSS, durante la época de Stalin, es el ejemplo de tal proceso: se dio vida a un régimen de capitalismo de Estado burocrático y totalitario, no contemplado en las previsiones de Marx y Engels.

En resumen, frente al capitalismo, monopolista e imperialista, y al comunismo soviético, estatista y burocrático, existe un tercer camino, una salida hacia el progreso dentro de la democracia: la planificación socialista. El socialismo, según Mendés-France, «es la prolongación normal de la democracia porque asimila los problemas económicos y sociales al dominio de las decisiones políticas, de las cuales el sistema liberal pretendía excluirlas; y también porque tiende a repartir más equitativa y útilmente los beneficios de la producción común y, por esto mismo, el poder económico».

El Partido Socialista de Chile, partiendo del reconocimiento de la lucha de clases en la sociedad en general y, por tanto, de la nuestra, otorgó idéntico valor social al proletariado, reducido pero de gran peso por su concentración en los centros decisivos de la economía nacional, (salitre, cobre, carbón, puertos, transportes e industrias); al campesinado, el sector más numeroso de la clase trabajadora del país; y a las clases medias pauperizadas, susceptibles de transformarse en una importante fuerza del movimiento revolucionario. Se constituyó, entonces, como una agrupación de trabajadores manuales e intelectuales, es decir, de obreros, campesinos, empleados, estudiantes, intelectuales, profesionales, pequeños industriales, artesanos y pequeños agricultores, en alianza, tras la aspiración de conquistar el poder para dar vida a una República Democrática de Trabajadores.

El P.S. nació como un partido profundamente chileno, enraizado en su rica tradición popular revolucionaria, y como culminación de un largo proceso de luchas ardorosas de las clases laboriosas por forjar un instrumento de sus intereses y de sus necesidades. No se afilió a las internacionales existentes, porque no respondían a los anhelos de nuestras clases oprimidas, pero, al mismo tiempo, exaltó el carácter americanista de su acción y de sus ideales de largo alcance, pretendiendo llegar a la unidad económica y política de los pueblos hermanos del continente por raza, idioma, tradiciones, idiosincrasia, y por sus similares condiciones económicas y sociales, avasallados por oligarquías semi-feudales en lo interno y por la expoliación imperialista en su conjunto, hasta llegar a la creación de una Confederación de Repúblicas Socialistas de América.

J. C. J.

***Julio César Jobet participó en las acciones de apoyo popular a la efímera Republica Socialista instaurada en 1932 y posteriormente en el proceso de unificación de diferentes grupos socialistas que dieron origen en 1933 al Partido Socialista de Chile. Miembro de su Comité Central en diferentes períodos y contribuyó con la publicación de sus trabajos históricos sobre el socialismo chileno y sobre la teoría marxista a perfilar en la opinión pública la identidad de un Partido socialista con un discurso marxista crítico enraizado en la realidad chilena y latinoamericana y con una amplia convocatoria popular, que lo diferenció tanto del sectarismo del Partido Comunista chileno, como del socialismo europeo de la II Internacional… Tras su muerte en 1980 su figura se recuerda como la de un destacado profesor, dirigente socialista, historiador, intelectual y filósofo, analista literario y escritor


Fragmentos de «La Ideología Alemana», traducción de W. Rores, incluidos en «Marx y su concepto del hombre», de E. Fromm, págs, 218 y 221.

«El Manifiesto Comunista». Editorial Anteo. Buenos Aires, 1955.

«Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850».Ediciones en lenguas extranjeras. Moscú. Págs. 137-38.

Marx-Engels. Obras Escogidas. t. II, pág. 481.Ediciones en lenguas extranjeras. Moscú.

Marx-Engels. Obras escogidas, t. II, págs. 24-25.



PRINCIPIOS E IDENTIDAD DEL PARTIDO SOCIALISTA

PRINCIPIOS E IDENTIDAD DEL PARTIDO SOCIALISTA*

El Partido Socialista de Chile es la expresión política de los trabajadores manuales e intelectuales, de la técnica, de la ciencia y de la cultura y de todos los hombres y mujeres que aspiran a una sociedad socialista, es decir, igualitaria, libertaria y fraternal.

El Partido Socialista de Chile se inspira en el humanismo socialista, que se nutre de las diversas expresiones del pensamiento crítico del capitalismo. Asume como método de interpretación de la realidad el marxismo crítico, enriquecido y rectificado por el avance de la cultura, la ciencia y el devenir social, recogiendo particularmente los aportes del pensamiento democrático radical, el cristianismo de izquierda y el racionalismo laico. Así también, hace suya la doctrina internacional de los derechos humanos.

El Partido Socialista de Chile es un partido popular y de izquierda, autónomo, democrático y revolucionario, en tanto persigue un cambio social profundo.El socialismo es la respuesta al neoliberalismo y al capitalismo globalizado. Luchamos por una radical profundización de la democracia, haciéndola participativa, por una economía solidaria al servicio de la satisfacción de las necesidades de los seres humanos, una cultura de la libertad y una proyección de Chile en el mundo a partir de su condición latinoamericanista e internacionalista.

Cuando no existe democracia, histórica conquista de la humanidad, reina la arbitrariedad del poder y se violan los derechos humanos.Cuando el poder económico se concentra, constituye un peligro para la democracia, especialmente cuando pugna por establecer el Estado mínimo neoliberal, que hace posible mantener privilegios, eternizar desigualdades intolerables y dañar la sustentabilidad ambiental del crecimiento y, por tanto, a las nuevas generaciones.Cuando reina el individualismo y la falta de responsabilidad personal frente a los deberes propios de la vida en común, se violenta y desintegra la convivencia colectiva.

El capitalismo salvaje cada vez más globalizado, aunque ha demostrado ser capaz de proveer fuertes incentivos a la acumulación de riqueza, al acelerado cambio tecnológico y a un consumo diversificado, aunque muchas veces inútil, provoca y reproducedesigualdades,desempleo, distribución inequitativa de los ingresos y de los activos productivos, pobreza y marginación social, discriminación de la mujer,étnicas y de grupos de edad vulnerables, junto a crecientes problemas ambientales, de inseguridad urbana y también de ineficiencia económica.Por ello, los socialistas consideramos que el capitalismo globalizado contemporáneo genera injustas desigualdades intrínsecas a las sociedades de mercadoy es fuente de deshumanización, inseguridad y pérdida de la diversidad de las culturas locales, desigualdades a las que no nos resignamos y en contra de las cuales luchamos.

Se mantiene la enorme brecha entre un norte desarrollado y un sur pobre, dependiente y a veces famélico, se mantiene la lucha de clases y de grupos que se enfrentan por doquier en el desigual reparto de la riqueza creada por la inteligencia y el trabajo humano.

La necesidad de terminar con la acción depredadora del capitalismo abre las vías para que los trabajadores manuales e intelectuales en el mundo construyan un poder político que asegure la vida, la sustentabilidad del planeta y la libertad para todos, sin opresores ni oprimidos.

Proponemos que el socialismo de mayorías encamine a Chile haciacambios y avances que conduzcan a la democracia plena, la participación y la expansión de las libertades, a partir de la más amplia soberanía popular, que disminuyan drásticamente las desigualdades, promuevan unacultura plural, subordinen el poder económico a un Estado Social Solidario y Democrático, promuevan una base material sólida y en expansión, integren a Chile con el máximo de autonomía al mundo global y viabilicen la integración latinoamericana de sus pueblos y gobiernos.

Éstas son las tareas que convocan a la actual generación de socialistas chilenos en este inicio de siglo y en función de las cuales define su organización interna en tanto partido de militantes al servicio del cambio social en pluralismo y libertad.

A esto debemos convocarnos. Salvador Allende nos entregó el mandato de abrir las grandes alamedas para que por allí transiten los que construirán la nueva sociedad y las nuevas libertades.

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*Conferencia Nacional de Organización (Santiago, 16 a 18 de agosto de 2002)

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Partido Socialista de Chile – Adonis Sepúlveda (Enero de 1998)
abril 20, 2007, 5:40 am
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Adonis Sepúlveda (Enero de 1998)

Introducción

Los partidos políticos nacen como expresiones de necesidades y aspiraciones económicas, sociales y de todo orden que fluyen de los estratos, capas y clases que se generan en las sociedades. Lo efímero o duradero de una entidad política estará en relación directa a su capacidad de identificarse con los problemas y aspiraciones de los sectores que intenta representar.

Sin embargo, no es suficiente la carencia de una expresión política en determinados estamentos sociales para que cualquier intento o proyecto cubra el espacio existente. Se puede, en cualquier momento, «inventar» un partido, pero el enraizamiento en radios profundos de la estructura social no se alcanza por actos políticos voluntaristas o meros propósitos doctrinarios o intelectuales. Por muy honesta y luminosa que sea la iniciativa, si ella obedece sólo a móviles coyuntures, accidentales o de liderazgos personales, se proyectará fugazmente en la sociedad. Es necesario que el proyecto calce oportunamente con necesidades económicas y sociales históricas y concretas de los sectores que pretende representar, que haga suyas sus exigencias y esperanzas y las convierta en su quehacer para que aquellos asuman como propia la nueva entidad y la anuden a su destino.

Orígenes

El Partido Socialista de Chile surgió respondiendo a estas características. Se identificó con los trabajadores y sectores oprimidos por el sistema capitalista, expresó su inquietudes, sus intereses y su idiosincracia. Sus fundadores más ilustres, continuadores de luchas por el Socialismo que devenían del siglo pasado, meses antes del acto fundacional, junto a algunos militares revolucionarios se tomaron el Poder el 4 de Junio de l932 para establecer una República Socialista «para el pueblo, por el pueblo y con el pueblo». El intento caló ondo en los trabajadores. Sus líderes fueron endiosados por el Pueblo. De ahí que, la concresión de un Partido por los mismos actores, calzaría con una necesidad social e introduciría a los socialistas al tejido social de Chile.

El intento fracasó. Sus conductores fueron derrotados por un Golpe militar de derecha, encarcelados y deportados. Pero tuvo la virtud de dejar la simiente de la insurgencia social y de exitar las aspiraciones de bienestar, justicia y libertad de las grandes mayorías explotadas y oprimidas. Los trabajadores chilenos llevaban décadas de cruentas luchas por su liberación, la Revolución del 4 de Junio los dejó con la inteligencia de que sus ideales eran alcanzables. Su posibilidad encontró una perspectiva de realización con la fundación del Partido Socialista, el l9 de Abril de l933, que dio continuidad y organicidad al ideario socialista en Chile, ya con años de luchas e intentos orgánicos.

Pero no sólo la experiencia del 4 de Junio inspiró a los fundadores. Su nacimiento fue producto de diversos elementos del proceso social de ese período, tanto nacional como internacional. En primer lugar, del desarrollo y concreción de las ideas socialistas en el mundo; del triunfo de la Revolución Socialista en la Rusia de los Zares; de la crisis económica y la situación política inestable del país. Al momento de la fundación ya se había desarrollado el burocratismo en el Estado Soviético y un sector del Partido Bolchevique y de los partidos comunistas del mundo había sido expulsado de sus filas. Por su parte los partidos socialistas y socialdemócratas, aún inculpados de traición al socialismo, continuaban su inserción en la institucionalidad burguesa; no aparecían como alternativa para América Latina. A la vez, el Partido Comunista de Chile, escindido y jibarizado por los problemas conductuales al interior de la URSS e incapaz de interpretar al pueblo chileno por su incondicionalidad a políticas extrañas dictadas desde Moscú, tampoco era solución para los trabajadores del país.

Esta situación fue generando agrupaciones socialistas que buscaban un camino propio para la lucha por el Socialismo, que afloran públicamente después de la caída de Ibañez en l931. En este marco confluyen a la fundación del Partido Socialista, Acción Revolucionaria Socialista, ARS; Nueva Acción Pública, NAP; la Orden Socialista; el Partido Socialista Marxista y Partido Socialista Unificado, todos pequeños grupos organizados en Santiago con muy débiles ramificaciones en provincias. De su unificación surge una indentidad con características propias, autónoma de la corrientes socialistas y comunistas del mundo y de Chile, Asume lo mejor de esas tendencias pero resolviendo por sí misma, democráticamente, sus principios y su caráter, programa y su quehacer político.

Liderizado por Marmaduke Grove, Eugenio Matte, Oscar Schnacke, Eugenio Gonzalez, Carlos Alberto Martinez y otros, los mismos que 10 meses antes habían estado a la cabeza de la Revolución del 4 de Junio, le dieron vida y alma a una organización revolucionaria, autónoma, altiva y orgullosa, conformada por trabajadores manuales e intelectuales para luchar por la liberación del pueblo chileno, de América Latina y del mundo.

A 68 años de fundación, en la medida que el Socialismo está vigente, sigue siendo una necesidad social. Se trata de adecuarla a las condiciones y exigencias actuales de la lucha social sin renegar de su pasado.

Principios fundacionales

El clima ideológico y político nacional e internacional de esa época, en cuyas características influía notoriamente la Revolución rusa de 1917, a pesar de sus deformaciones burocráticas iniciales, desviación no valorada por el entusiasmo hacia tal acontecimiento, conjugado con otros elementos ya mencionados anteriormente, determina la identidad de la nueva organización: nace como un partido de trabajadores sustentado en una concepción marxista revolucionaria muy propia, que aporta nuevos elementos a esta teoría anticipándose en más de medio siglo a formulaciones críticas actuales.

Efectivamente, en el punto uno de la Declaración de Principios de 1933, se establece que se acepta el marxismo como método de interpretación de la realidad, enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos del constante devenir social. Con esta definición primordial el Socialismo Chileno selló su carácter antidogmático y no sectario y se pertrechó de una visión amplia, abierta y autónoma para analizar los fenómenos económicos y sociales. Los acápites siguientes aceptan la lucha de clases, el carácter clasista del Estado y comprometen al Partido con una transformación revolucionaria del sistema, ya que no sería posible la vía pacífica para alcanzar el Poder, afirmando, a la vez, la necesidad transitoria de una «dictadura de los trabajadores». Culmina con una definición latinoamericanista que pregoniza la Unión de Repúblicas Socialistas de América Latina como etapa de la Revolución mundial.

Es importante analizar tales postulados. Estas explícitas formulaciones tienen como característica que, sin mencionar las polémicas teóricas surgidas alrededor de la Revolución Rusa, ellas se encuadran en la concepción de Lenin en la interpretación del marxismo. En su polémica con la socialdemocracia, especialmente con su lider Kausky, Lenin afirmaba que para ser marxista no era suficiente reconocer la lucha de clases, era necesario reconocer también la «Dictadura del Proletariado»; y este punto fue lo que motivó la separación entre la Socialdemocracia y la Internacional Comunista, porque la primera se declaró «democrática» y contra toda dictadura y la segunda habló de la «democracia socialista», concepto que, ampliando profundamente la democracia y la participación de los sectores populares, limitaba los derechos de las clases poseedoras desplazadas del Poder.

¿Cómo concluyeron en estas definiciones revolucionarias nuestros fundadores cuando tales concepciones eran materia de discusión en los círculos ideológicos europeos?

En ese período, la interpretación leninista del marxismo no estaba consagrada como «Marxismo Leninismo», en primer lugar, porque habían muchos teóricos socialistas de distintos países que sostenían posiciones coincidentes con las de Lenin, que no significaban más que la recuperación del sentido revolucionario del marxismo y su naturaleza no dogmática. Estas concepciones fueron abandonadas por los dirigentes socialdemócratas después del desaparecimiento de Carlos Marx y Federico Engels, que sobrevivió al primero por 12 años, aunque ambos alcanzaron a criticar las desviaciones del principal partido adepto a sus ideas, el Socialdemócrata Aleman. Lo que asentaron nuestros fundadores en su Declaración de Principios, entonces, fue, ni más ni menos, que la concepción revolucionaria del Marxismo en cuya clarificación y restitución Lenín sí fue su principal sostenedor. Años después de la muerte de éste, Stalin, convertido en Jefe del Partido Comunista, y como una manera de afianzarse en el Poder, convertiría en un fetichismo el «Marxismo Leninismo» del cual se declararía su principal cultor, utilizándolo a su manera, para su beneficio y como arma contra los discrepantes de su política a los cuales estigmatizaba como «enemigos del Pueblo» por no aceptar su personal interpretación de tal concepción.

A medida que el dominio de Stalin degeneraba el régimen soviético convirtiéndolo en una dictadura personal, cruenta y asesina, el «Marxismo leninismo» pregonado desde el Kremlin se convirtió en la antítesis de las ideas de Marx y Lenin. Quienes han abandonado en estos tiempos el Marxismo, concibiéndolo como la máscara horrorosa y sangrienta del Stalinismo, han cometido un error de lesa ignorancia histórica junto con demostrar un desconocimiento de la historia del Partido Socialista, que supo, en sus orígenes y después en su política concreta, sustentarse en la esencia del pensamiento de aquellos pensadores, interpretándolos libremente; a la vez que supo criticar y distanciarse del Stalinismo sin confundirse con la crítica de la burguesía cuyo régimen de explotación de los trabajadores, no le daba autoridad para convertirse en rector de la sociedad.

El Partido Socialista puede estar orgulloso de haber sido uno de los pocos partidos del mundo, que sin abandonar el sentido revolucionario de su accionar nunca cayó en la visión dogmática y utilitaria del Stalinismo. Si en un momento determinado de su curso histórico se declaró Marxista leninista lo hizo explícitamente en el sentido de interpretar libremente las ideas de Marx y de Lenín.

Es por eso que el Partido Socialista de Chile, con su identidad transformadora, buscó alcanzar el Poder para construir el Socialismo, utilizando los métodos de lucha que fueran necesarios en cada oportunidad, tarea concebida como de largo plazo que llena su existencia, por lo menos hasta 1973.

Su Trayectoria

Enmarcado en estas concepciones, como toda empresa de acción de humanos en el medio humano, el P.S. desarrolló su personalidad portando virtudes y debilidades, incurriendo en aciertos o en severos errores, cruzando etapas de pujante unidad y otras de dolorosas escisiones, pero siempre incerto en el proceso social. Durante toda su existencia, fraccionado o no, ocupó un espacio de rebeldía social en el espectro político nacional y de solidaridad con las luchas de los pueblos del tercer mundo por su liberación, cualesquiera que fueran los métodos de luchas que ellos emplearan.

En sus inicios, imbuído del doctrinarismo clásico de ese período, sostiene una posición clasista y de aspiración de Poder fervorosas. En l934, trata de construir un Frente de Trabajadores, (el Block de Izquierda) con Marmaduque Grove a la cabeza, su lider carismático, que en las elecciones presidenciales anteriores había obtenido la primera mayoría en Santiago y Valparaíso y que electrizaba a las multitudes con su palabra sencilla pero candente. Desarrolla un movimiento de protesta social que ofusca al gobierno derechista del momento y termina persiguiendo y deportando a los líderes socialistas. El partido debe trabajar en la ilegalidad.

En esa etapa, el Partido Comunista de Chile, rechazaba todo entendimiento con los partidos de izquierda conforme a las órdenes que recibía de Moscú. Pero nuevas instrucciones lo llevan a cambiar de postura, no sólo en Chile sino en todo el mundo. De su extremismo infantil pasa al otro extremo y busca constituir un «Frente Popular» incluso con la burguesía nacional. Pasa a entenderse con el Partido Radical a quien ofrece la hegemonía en la constitución de la novísima alianza.

Inicialmente, el P.S. rechaza la línea de Frente Popular, opuesta a su concepción de mantenerse independiente de los partidos representativos de las clases dominantes. El radicalismo arrastraba una historia de alianzas con el liberalismo y otros sectores de la derecha. Pretendía acercarse a la izquierda para liderizar el movimiento popular emergente y alcanzar la Presidencia de la República. El Partido Socialista termina por ceder: retira la postulación de Grove y la Izquierda, encabezada por el Radical Pedro Aguirre Cerda, obtiene su primer triunfo nacional en l938; el P.S. pasa a ser la segunda fuerza del Gobierno del Frente Popular. Transcurrirían tres décadas antes de que fuera hegemónico en la Izquierda con Salvador Allende como su líder.

El Partido asume responsabilidades superiores y juega un papel de primer orden en el desarrollo económico y democrático del país. Sin embargo, a pesar de sus grandes realizaciones, el gobierno no cumple su programa y los sectores obreros, campesinos y medios se sienten frustrados. Se produce el descontento social y la militancia socialista exige cada día con más vigor el retiro de sus ministros del Gabinete. Se agudiza la lucha interna. El aparato dirigente partidario se ha engolosinado con las granjerías gubernamentales y se niega a independizarse. El P.S. sufre su primer gran sisma en 1940.

El quinquenio siguiente es de más quiebres y dispersión. Se llega al Congreso General Ordinario de 1946 donde la militancia joven, más la vieja guardia revolucionaria, desplazan a los equipos burocratizados que han abandonado sus concepciones revolucionarias. Para entender este cambio hay que registrar que la F.J.S. (Federación de la Juventud Socialista) había llegado a ser a fines de la década del 30 una sólida y disciplinada organización con una militancia de más o menos 10.000. militantes, formada políticamente en las concepciones revolucionarias del Partido. De ella surge la llamada «Generación del 38» que aporta a lo largo de la vida socialista 5 Secretarios Generales y una destacada plana mayor de dirigentes de los cuales algunos aún perduran.(Mencionamos a los Secretarios Generales Raúl Ampuero, a Aniceto Rodriguez, Salomón Corvalán, Clodomiro Almeyda, Carlos Briones; y entre los dirigentes históricos, Adonis Sepúlveda, los Palestro, Carmen Lazo, Eduardo Osorio, Ramón Silva Ulloa, Belarmino Elgueta. Es esta generación, liderizada por Raúl Ampuero Díaz y la participación de viejos fundadores que conservaban su espíritu revolucionario, (Eugenio Gonzalez, Carlos Alberto Martinez, Manuel Mandujano, Augusto Pinto, Ramón Sepúlveda Leal, entre otros) los que recuperan los valores del Partido, su independencia y su espíritu de lucha.

El primer fruto de esta recuperación sería la Conferencia de Programa de 1947, de la cual surgió un Documento de trascendencia histórica y cuyo texto definitivo fue elaborado por la brillante pluma de Eugenio Gonzalez. Su aporte teórico sobre el carácter de la Revolución Chilena y Latinoamericana, que le dio un sólido fundamento al quehacer partidario, tuvo gran incidencia en el triunfo del movimiento popular del país en 1970. Veamos algunas de sus formulaciones:

«Nuestro partido representa en Chile el impulso histórico del verdadero Socialismo y la auténtica doctrina socialista que recoge para superar -y no para destruirlos- todos los valores de la herencia cultural como un positivo aporte a la nueva sociedad que deberá erigirse sobre el mundo capitalista.»

«Es necesario que los militantes del P.S. y el pueblo comprendan plenamente la significaciòn histórica y humana del socialismo, la justeza de su posición revolucionaria frente a los problemas de la época y las perspectivas nacionales y mundiales de su acción política . Dialécticamente generado por el Capitalismo, el Socialismo constituye su necesaria superación… corresponde en el momento actual a los partidos socialistas y afines de la América Latina llevar a término en nuestros países semicoloniales las realizaciones económicas y los cambios jurídicos que en otras partes ha impulsado y dirigido la burguesía. Las condiciones anormales y contradictorias en que nos debatimos, determinadas por el atraso de nuestra evolución económico-social en medio de una crisis, al parecer, decisiva del capitalismo, exigen una aceleración en el proceso de la vida colectiva: tenemos que acortar las etapas mediante esfuerzos nacionales solidarios para el aprovechamiento planificado del trabajo, de la técnica y del capital que tengamos a nuestra disposición.»

«El progreso material en naciones más favorecidas, ha sido el efecto del espontáneo juego de fuerzas vitales y sociales en tensión creadora . Entre nosotros, tendrá que ser el resultado de una organización de la actividad colectiva, hecha con un criterio técnicoy dirigida con un propósito social. El giro de los sucesos mundiales y la urgencia de los problemas internos no dan ocasión para esperar. Por ineludible imperativo de las circunstancias históricas, las grandes transformaciones económicas de la Revolución democrático burguesa -reforma agraria, industrialización, liberación nacional- se realizarán en nuestros países latinoamericanos, a través de la Revolución Socialista.»

«Una política de esta naturaleza, que tiende al aprovechamiento intensivo de nuestros recursos naturales, exige la movilización completa del potencial humano por medio de las organizaciones de trabajadores, la nacionalización de las industrias básicas y las reformas del régimen agrario, el manejo estatal de los servicios públicos, especialmente de los de Seguridad, Salubridad y Educación, la convergencia, en fin, de todas las fuerzas sociales creadoras en un propósito de superación nacional. El estado mismo tiene que ser rehecho en su estructura orgánica de acuerdo con la realidad geográfica y económica de la Nación.»

«Sólo la voluntad de la clase trabajadora puede llevar a efecto esta empresa cuya urgencia se hace sentir tan fuertemente en este período de transición que estamos viviendo. Sobre ella no actúan las innhibiciones que se derivan de los intereses creados ni gravita el lastre de los prejuicios tradicionales. Unicamente ella está en condiciones de dar a la sociedad chilena la superior integración e impulso constructivo que la coloquen, de nuevo, en la avanzada del movimiento continental.»

Estas breves citas del Programa de 1947, aunque extensas para el objetivo de este trabajo, entregan los elementos fundamentales del pensamiento político que animaría al Partido Socialista hacia adelante. Están en ellos la base de la Línea de Frente de Trabajadores que sustentaría el Socialismo Chileno casi por un cuarto de siglo, hasta el triunfo de la Unidad Popular que ubicaría al partido y al movimiento popular nacional en la antesala del Poder. Qué nos dice esta teoría. Veamos el informe de Raul Ampuero al XX Congreso del Partido en el año l964:

«Cada vez con mayor resolución comenzamos a sostener una concepción nueva, que negaba a la burguesía chilena, como clase, toda posibilidad real de conducir la lucha antiimperialista y antifeudal y, aún, de participar en ella con lealtad y consecuencia. El desplazamiento de los jefes radicales hacia posiciones derechistas, su ingreso al círculo de los grandes negocios y su incorporación al aparato de explotación del capital extranjero, no eran entoces meros síntomas de corrupción personal o de degradación política, sino índices evidentes de que entre la burguesía y los terratenientes, entre la burguesía y el imperialismo no existían oposiciones fundamentales de intereses. El Partido Radical, bajo dominio de tales dirigentes, dejaba de ser el brioso lider de la pequeña burguesía reformista para adscribirse paulatinamente a posiciones más y más conservadoras.

«Entonces, ¿qué clases eran las llamadas a protogonizar la lucha contra el viejo orden? ¿Cuál era el carácter del proceso revolucionario que nos permitiría desatar nuevas y pujantes fuerzas de progreso? Las respuestas se abrieron lentamente camino, pero se impusieron al fin: únicamente los trabajadores, los explotados, las capas sociales no comprometidas, estaban en condiciones de dar la batalla histórica contra un sistema caduco y en descomposición; sólo una revolución popular y democrática de clara tendencia socialista podría edificar una sociedad de nuevo tipo. Desaparecería la barrera hasta entonces inviolable entre la revolución democrático burguesa y la revolución socialista, para integrarse ambas en un proceso unitario y continuo, que comienza removiendo los grandes obstáculos opuestos al desarrollo -la dependencia imperialista y el régimen semifeudal vigente en la agricultura- para coronar su obra con el establecimiento de relaciones socialistas cada vez más avanzadas.»

Es decir en 1964, se ratifica la teoría desarrollada en el programa de 1947 por Eugenio Gonzalez convirtiéndola en un quehacer político.

Desde esa fecha, con avances y retrocesos esta teoría se desarrolla y se concreta, alianzas y programas que perfilan la perspectiva de alcanzar el Poder a través de coaliciones de partidos representativos d los trabajadores y sectores sociales oprimidos por el sistema con proyectos que buscaban la transformación y el cambio económico y social, al frente de los cuales estarían también hombres de las propias filas populares. Así se constituye el Frente de Acción Popular (FRAP) y después la Unidad Popular de las cuales sería su abanderado nuestro camarada Salvador Allende.

La concepción del Frente de Trabajadores, entonces, no fue una improvisación ni una política accidental o coyuntural. Fue madurando largos años dentro de partido y materializándose con la propia experiencia partidaria, por las frustraciones provocadas por políticas débiles y claudicantes, por la esterilidad de la participación en gabinetes ministeriales que resentían a los trabajadores y por la enseñanza que entregaban la colaboración con sectores políticos de la burguesía que siempre fueron incapaces de romper sus vínculos de clase, su compromiso con los intereses de las clases dominantes. La experiencia que se había vivido con el Gobierno de Ibañez en 1952, repitiendo el error frente populista, había endurecido a la militancia, que no estaba dispuesta a tolerar nuevas debilidades. En adelante, las pugnas internas estarían entre los más o los menos consecuentes con la política revolucionaria de Frente de Trabajadores.

Por tibiezas en este plano sería desplazada la Dirección de Raúl Ampuero en el Congreso de Linares de 1965, asumiendo un nuevo equipo, encabezado por Aniceto Rodriguez, Carlos Altamirano, Adonis Sepúlveda, Erich Schnake, Rolando Calderón y otros que radicalizaría de nuevo las posiciones del Partido.

Incluso, el Congreso de Chillán, de 1967, llevaría a algunos extremos que no correspondían a la situación concreta de Chile, privilegiando la lucha armada, en un país donde se daba un movimiento de masas desarrollado fundamentalmente por socialistas y comunistas, profundamente politizado y combativo, que buscaba cambios revolucionarios.

La realidad nos conduciría a introducirnos con más fuerza en el proceso social; constituir una alianza que no fuera sólo un entendimiento electoral, sino un frente que se dispusiera al cambio económico social.

El llamamiento que socialistas y comunistas harían a las demás fuerzas de izquierda para constituir la Unidad Popular tendría ese sentido. El programa que se aprueba previo a la designación del candidato Presidencial diría lo siguiente:

«La unica alternativa verdaderamente popular y por lo tanto, la tarea fundamental que el Gobierno del Pueblo tiene ante sí, es terminar con el dominio de los imperialistas, de los monopolios, de la oligarquía terrateniente e iniciar la construcción del Socialismo.»

Es decir, la concepción del Frente de trabajadores sintetizada pero expresa: cumplir tareas democráticas y socialistas a través de un Gobierno compuesto por representantes de los partidos de trabajadores. El Presidente Allende llegaría hasta incluir en su Gabinete a los representantes máximos de la CUT, los compañeros Luis Figueroa y Rolando Calderón.

En este análisis de la trayectoria del Partido Socialista quedan, naturalmente, grandes lagunas e interrogantes. Pero sí se desprenden de sus grandes trazos una imagen constante de un partido revolucionario. Sus divisiones, contrariamente a lo que se afirma que se debieron a caudillismos, fueron, en gran medida, de carácter doctrinario.

Tenemos la certeza que el pensamiento del Partido Socialista penetró en vastos sectores populares y fue un elemento fundamental para el triunfo de 1970. Si efectivamente otras fuerzas aportaron a ese proceso, no es menos cierto que la política socialista de alcanzar el Poder pleno ayudaron a desarrollar un movimiento social fuertemente radicalizado y de alta combatividad. Como lo dijera Salvador Allende, su millón de votos correspondía a un millón de conciencias políticas.

El intento del Gobierno Popular, analizado en sus grandezas y debilidades lleva la impronta particular de Salvador Allende y también del Partido Socialista, igualmente con aciertos y errores. Cualquiera que fuera su conducción, el movimiento popular desarrolló fuerzas sociales que llevaron a la antesala del Poder. Naturalmente, la reacción de las clases dominantes correspondería a la histórica postura de impedir por todos los medios ser despojados de sus privilegios. Nunca han entregado el Poder pacíficamente. Por eso, antes de que Allende asumiera su cargo, asesinaron al Comandante en Jefe del Ejercito, René Schnaider, por no querer participar en un golpe de estado. No habían «excesos» ni atropellos a la Constitución, pues aún no estábamos en el Gobierno. La violencia la desataron ellos y la aplicaron ellos. Ciertamente, la aplicación del Programa de la Unidad Popular, repartido por cientos de miles en la campaña electoral de la U.P., desató las iras y la virulencia en las clases dominantes, volaron decenas de torres eléctricas, sabotearon la producción, asesinaron no solo trabajadores sino al Comandante Araya, de la Marina, que era Edecán del Presidente y empujaron en todas formas la intervención de las fuerzas armadas. Así se fue conformando el dilema al borde del enfrentamiento: o Revolución o Contrarevolución. No fuimos capaces de consumar el proceso. Triunfó la más cruel y sanguinaria Contrarevolución habida en el Continente.

El Partido Socialista y el movimiento popular, el pueblo entero inició el 11 de Septiembre de 1973 el pago de sangre por su intento de cambiar el régimen. No fueron los «excesos» ni los errores, mayores o menores, que los hubo, lo que condujo a la intervención armada. Fue la aspiración de realizar la utopía socialista como se le llama hoy día.

La derrota sacudió profundamente al pueblo chileno y el Partido sufrió su propio martirio. Fuera de sus miles de mártires, ha vivido la peor crisis de su historia. No es para menos, fracasó en el intento de cumplir sus sueños. Dispersado en múltiple grupos, el pueblo socialista logró la unidad. El Congreso Salvador Allende inició la difícil tarea de reconstruir el Partido, en nuevas condiciones nacionales e internacionales. Un Programa nuevo debe definir qué pensamos ahora, cuáles son nuestros principios en este presente con sus dinámicos cambios de todo orden: teóricos, científicos, tecnológicos y entregar a la militancia las nuevas alternativas. Lo obrado hasta ahora en esta materia aún no resuelve este problema. Abiertos al futuro, hay que asentar el despegue para hacer realidad las aspiraciones de aquellos que ofrendaron la vida por el Socialismo.



Partido Socialista de Chile – Adonis Sepúlveda (Enero de 1998)
abril 19, 2007, 5:55 am
Filed under: HISTORIA DEL PSCH

Adonis Sepúlveda (Enero de 1998)

Introducción

Los partidos políticos nacen como expresiones de necesidades y aspiraciones económicas, sociales y de todo orden que fluyen de los estratos, capas y clases que se generan en las sociedades. Lo efímero o duradero de una entidad política estará en relación directa a su capacidad de identificarse con los problemas y aspiraciones de los sectores que intenta representar.

Sin embargo, no es suficiente la carencia de una expresión política en determinados estamentos sociales para que cualquier intento o proyecto cubra el espacio existente. Se puede, en cualquier momento, «inventar» un partido, pero el enraizamiento en radios profundos de la estructura social no se alcanza por actos políticos voluntaristas o meros propósitos doctrinarios o intelectuales. Por muy honesta y luminosa que sea la iniciativa, si ella obedece sólo a móviles coyuntures, accidentales o de liderazgos personales, se proyectará fugazmente en la sociedad. Es necesario que el proyecto calce oportunamente con necesidades económicas y sociales históricas y concretas de los sectores que pretende representar, que haga suyas sus exigencias y esperanzas y las convierta en su quehacer para que aquellos asuman como propia la nueva entidad y la anuden a su destino.

Orígenes

El Partido Socialista de Chile surgió respondiendo a estas características. Se identificó con los trabajadores y sectores oprimidos por el sistema capitalista, expresó su inquietudes, sus intereses y su idiosincracia. Sus fundadores más ilustres, continuadores de luchas por el Socialismo que devenían del siglo pasado, meses antes del acto fundacional, junto a algunos militares revolucionarios se tomaron el Poder el 4 de Junio de l932 para establecer una República Socialista «para el pueblo, por el pueblo y con el pueblo». El intento caló ondo en los trabajadores. Sus líderes fueron endiosados por el Pueblo. De ahí que, la concresión de un Partido por los mismos actores, calzaría con una necesidad social e introduciría a los socialistas al tejido social de Chile.

El intento fracasó. Sus conductores fueron derrotados por un Golpe militar de derecha, encarcelados y deportados. Pero tuvo la virtud de dejar la simiente de la insurgencia social y de exitar las aspiraciones de bienestar, justicia y libertad de las grandes mayorías explotadas y oprimidas. Los trabajadores chilenos llevaban décadas de cruentas luchas por su liberación, la Revolución del 4 de Junio los dejó con la inteligencia de que sus ideales eran alcanzables. Su posibilidad encontró una perspectiva de realización con la fundación del Partido Socialista, el l9 de Abril de l933, que dio continuidad y organicidad al ideario socialista en Chile, ya con años de luchas e intentos orgánicos.

Pero no sólo la experiencia del 4 de Junio inspiró a los fundadores. Su nacimiento fue producto de diversos elementos del proceso social de ese período, tanto nacional como internacional. En primer lugar, del desarrollo y concreción de las ideas socialistas en el mundo; del triunfo de la Revolución Socialista en la Rusia de los Zares; de la crisis económica y la situación política inestable del país. Al momento de la fundación ya se había desarrollado el burocratismo en el Estado Soviético y un sector del Partido Bolchevique y de los partidos comunistas del mundo había sido expulsado de sus filas. Por su parte los partidos socialistas y socialdemócratas, aún inculpados de traición al socialismo, continuaban su inserción en la institucionalidad burguesa; no aparecían como alternativa para América Latina. A la vez, el Partido Comunista de Chile, escindido y jibarizado por los problemas conductuales al interior de la URSS e incapaz de interpretar al pueblo chileno por su incondicionalidad a políticas extrañas dictadas desde Moscú, tampoco era solución para los trabajadores del país.

Esta situación fue generando agrupaciones socialistas que buscaban un camino propio para la lucha por el Socialismo, que afloran públicamente después de la caída de Ibañez en l931. En este marco confluyen a la fundación del Partido Socialista, Acción Revolucionaria Socialista, ARS; Nueva Acción Pública, NAP; la Orden Socialista; el Partido Socialista Marxista y Partido Socialista Unificado, todos pequeños grupos organizados en Santiago con muy débiles ramificaciones en provincias. De su unificación surge una indentidad con características propias, autónoma de la corrientes socialistas y comunistas del mundo y de Chile, Asume lo mejor de esas tendencias pero resolviendo por sí misma, democráticamente, sus principios y su caráter, programa y su quehacer político.

Liderizado por Marmaduke Grove, Eugenio Matte, Oscar Schnacke, Eugenio Gonzalez, Carlos Alberto Martinez y otros, los mismos que 10 meses antes habían estado a la cabeza de la Revolución del 4 de Junio, le dieron vida y alma a una organización revolucionaria, autónoma, altiva y orgullosa, conformada por trabajadores manuales e intelectuales para luchar por la liberación del pueblo chileno, de América Latina y del mundo.

A 68 años de fundación, en la medida que el Socialismo está vigente, sigue siendo una necesidad social. Se trata de adecuarla a las condiciones y exigencias actuales de la lucha social sin renegar de su pasado.

Principios fundacionales

El clima ideológico y político nacional e internacional de esa época, en cuyas características influía notoriamente la Revolución rusa de 1917, a pesar de sus deformaciones burocráticas iniciales, desviación no valorada por el entusiasmo hacia tal acontecimiento, conjugado con otros elementos ya mencionados anteriormente, determina la identidad de la nueva organización: nace como un partido de trabajadores sustentado en una concepción marxista revolucionaria muy propia, que aporta nuevos elementos a esta teoría anticipándose en más de medio siglo a formulaciones críticas actuales.

Efectivamente, en el punto uno de la Declaración de Principios de 1933, se establece que se acepta el marxismo como método de interpretación de la realidad, enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos del constante devenir social. Con esta definición primordial el Socialismo Chileno selló su carácter antidogmático y no sectario y se pertrechó de una visión amplia, abierta y autónoma para analizar los fenómenos económicos y sociales. Los acápites siguientes aceptan la lucha de clases, el carácter clasista del Estado y comprometen al Partido con una transformación revolucionaria del sistema, ya que no sería posible la vía pacífica para alcanzar el Poder, afirmando, a la vez, la necesidad transitoria de una «dictadura de los trabajadores». Culmina con una definición latinoamericanista que pregoniza la Unión de Repúblicas Socialistas de América Latina como etapa de la Revolución mundial.

Es importante analizar tales postulados. Estas explícitas formulaciones tienen como característica que, sin mencionar las polémicas teóricas surgidas alrededor de la Revolución Rusa, ellas se encuadran en la concepción de Lenin en la interpretación del marxismo. En su polémica con la socialdemocracia, especialmente con su lider Kausky, Lenin afirmaba que para ser marxista no era suficiente reconocer la lucha de clases, era necesario reconocer también la «Dictadura del Proletariado»; y este punto fue lo que motivó la separación entre la Socialdemocracia y la Internacional Comunista, porque la primera se declaró «democrática» y contra toda dictadura y la segunda habló de la «democracia socialista», concepto que, ampliando profundamente la democracia y la participación de los sectores populares, limitaba los derechos de las clases poseedoras desplazadas del Poder.

¿Cómo concluyeron en estas definiciones revolucionarias nuestros fundadores cuando tales concepciones eran materia de discusión en los círculos ideológicos europeos?

En ese período, la interpretación leninista del marxismo no estaba consagrada como «Marxismo Leninismo», en primer lugar, porque habían muchos teóricos socialistas de distintos países que sostenían posiciones coincidentes con las de Lenin, que no significaban más que la recuperación del sentido revolucionario del marxismo y su naturaleza no dogmática. Estas concepciones fueron abandonadas por los dirigentes socialdemócratas después del desaparecimiento de Carlos Marx y Federico Engels, que sobrevivió al primero por 12 años, aunque ambos alcanzaron a criticar las desviaciones del principal partido adepto a sus ideas, el Socialdemócrata Aleman. Lo que asentaron nuestros fundadores en su Declaración de Principios, entonces, fue, ni más ni menos, que la concepción revolucionaria del Marxismo en cuya clarificación y restitución Lenín sí fue su principal sostenedor. Años después de la muerte de éste, Stalin, convertido en Jefe del Partido Comunista, y como una manera de afianzarse en el Poder, convertiría en un fetichismo el «Marxismo Leninismo» del cual se declararía su principal cultor, utilizándolo a su manera, para su beneficio y como arma contra los discrepantes de su política a los cuales estigmatizaba como «enemigos del Pueblo» por no aceptar su personal interpretación de tal concepción.

A medida que el dominio de Stalin degeneraba el régimen soviético convirtiéndolo en una dictadura personal, cruenta y asesina, el «Marxismo leninismo» pregonado desde el Kremlin se convirtió en la antítesis de las ideas de Marx y Lenin. Quienes han abandonado en estos tiempos el Marxismo, concibiéndolo como la máscara horrorosa y sangrienta del Stalinismo, han cometido un error de lesa ignorancia histórica junto con demostrar un desconocimiento de la historia del Partido Socialista, que supo, en sus orígenes y después en su política concreta, sustentarse en la esencia del pensamiento de aquellos pensadores, interpretándolos libremente; a la vez que supo criticar y distanciarse del Stalinismo sin confundirse con la crítica de la burguesía cuyo régimen de explotación de los trabajadores, no le daba autoridad para convertirse en rector de la sociedad.

El Partido Socialista puede estar orgulloso de haber sido uno de los pocos partidos del mundo, que sin abandonar el sentido revolucionario de su accionar nunca cayó en la visión dogmática y utilitaria del Stalinismo. Si en un momento determinado de su curso histórico se declaró Marxista leninista lo hizo explícitamente en el sentido de interpretar libremente las ideas de Marx y de Lenín.

Es por eso que el Partido Socialista de Chile, con su identidad transformadora, buscó alcanzar el Poder para construir el Socialismo, utilizando los métodos de lucha que fueran necesarios en cada oportunidad, tarea concebida como de largo plazo que llena su existencia, por lo menos hasta 1973.

Su Trayectoria

Enmarcado en estas concepciones, como toda empresa de acción de humanos en el medio humano, el P.S. desarrolló su personalidad portando virtudes y debilidades, incurriendo en aciertos o en severos errores, cruzando etapas de pujante unidad y otras de dolorosas escisiones, pero siempre incerto en el proceso social. Durante toda su existencia, fraccionado o no, ocupó un espacio de rebeldía social en el espectro político nacional y de solidaridad con las luchas de los pueblos del tercer mundo por su liberación, cualesquiera que fueran los métodos de luchas que ellos emplearan.

En sus inicios, imbuído del doctrinarismo clásico de ese período, sostiene una posición clasista y de aspiración de Poder fervorosas. En l934, trata de construir un Frente de Trabajadores, (el Block de Izquierda) con Marmaduque Grove a la cabeza, su lider carismático, que en las elecciones presidenciales anteriores había obtenido la primera mayoría en Santiago y Valparaíso y que electrizaba a las multitudes con su palabra sencilla pero candente. Desarrolla un movimiento de protesta social que ofusca al gobierno derechista del momento y termina persiguiendo y deportando a los líderes socialistas. El partido debe trabajar en la ilegalidad.

En esa etapa, el Partido Comunista de Chile, rechazaba todo entendimiento con los partidos de izquierda conforme a las órdenes que recibía de Moscú. Pero nuevas instrucciones lo llevan a cambiar de postura, no sólo en Chile sino en todo el mundo. De su extremismo infantil pasa al otro extremo y busca constituir un «Frente Popular» incluso con la burguesía nacional. Pasa a entenderse con el Partido Radical a quien ofrece la hegemonía en la constitución de la novísima alianza.

Inicialmente, el P.S. rechaza la línea de Frente Popular, opuesta a su concepción de mantenerse independiente de los partidos representativos de las clases dominantes. El radicalismo arrastraba una historia de alianzas con el liberalismo y otros sectores de la derecha. Pretendía acercarse a la izquierda para liderizar el movimiento popular emergente y alcanzar la Presidencia de la República. El Partido Socialista termina por ceder: retira la postulación de Grove y la Izquierda, encabezada por el Radical Pedro Aguirre Cerda, obtiene su primer triunfo nacional en l938; el P.S. pasa a ser la segunda fuerza del Gobierno del Frente Popular. Transcurrirían tres décadas antes de que fuera hegemónico en la Izquierda con Salvador Allende como su líder.

El Partido asume responsabilidades superiores y juega un papel de primer orden en el desarrollo económico y democrático del país. Sin embargo, a pesar de sus grandes realizaciones, el gobierno no cumple su programa y los sectores obreros, campesinos y medios se sienten frustrados. Se produce el descontento social y la militancia socialista exige cada día con más vigor el retiro de sus ministros del Gabinete. Se agudiza la lucha interna. El aparato dirigente partidario se ha engolosinado con las granjerías gubernamentales y se niega a independizarse. El P.S. sufre su primer gran sisma en 1940.

El quinquenio siguiente es de más quiebres y dispersión. Se llega al Congreso General Ordinario de 1946 donde la militancia joven, más la vieja guardia revolucionaria, desplazan a los equipos burocratizados que han abandonado sus concepciones revolucionarias. Para entender este cambio hay que registrar que la F.J.S. (Federación de la Juventud Socialista) había llegado a ser a fines de la década del 30 una sólida y disciplinada organización con una militancia de más o menos 10.000. militantes, formada políticamente en las concepciones revolucionarias del Partido. De ella surge la llamada «Generación del 38» que aporta a lo largo de la vida socialista 5 Secretarios Generales y una destacada plana mayor de dirigentes de los cuales algunos aún perduran.(Mencionamos a los Secretarios Generales Raúl Ampuero, a Aniceto Rodriguez, Salomón Corvalán, Clodomiro Almeyda, Carlos Briones; y entre los dirigentes históricos, Adonis Sepúlveda, los Palestro, Carmen Lazo, Eduardo Osorio, Ramón Silva Ulloa, Belarmino Elgueta. Es esta generación, liderizada por Raúl Ampuero Díaz y la participación de viejos fundadores que conservaban su espíritu revolucionario, (Eugenio Gonzalez, Carlos Alberto Martinez, Manuel Mandujano, Augusto Pinto, Ramón Sepúlveda Leal, entre otros) los que recuperan los valores del Partido, su independencia y su espíritu de lucha.

El primer fruto de esta recuperación sería la Conferencia de Programa de 1947, de la cual surgió un Documento de trascendencia histórica y cuyo texto definitivo fue elaborado por la brillante pluma de Eugenio Gonzalez. Su aporte teórico sobre el carácter de la Revolución Chilena y Latinoamericana, que le dio un sólido fundamento al quehacer partidario, tuvo gran incidencia en el triunfo del movimiento popular del país en 1970. Veamos algunas de sus formulaciones:

«Nuestro partido representa en Chile el impulso histórico del verdadero Socialismo y la auténtica doctrina socialista que recoge para superar -y no para destruirlos- todos los valores de la herencia cultural como un positivo aporte a la nueva sociedad que deberá erigirse sobre el mundo capitalista.»

«Es necesario que los militantes del P.S. y el pueblo comprendan plenamente la significaciòn histórica y humana del socialismo, la justeza de su posición revolucionaria frente a los problemas de la época y las perspectivas nacionales y mundiales de su acción política . Dialécticamente generado por el Capitalismo, el Socialismo constituye su necesaria superación… corresponde en el momento actual a los partidos socialistas y afines de la América Latina llevar a término en nuestros países semicoloniales las realizaciones económicas y los cambios jurídicos que en otras partes ha impulsado y dirigido la burguesía. Las condiciones anormales y contradictorias en que nos debatimos, determinadas por el atraso de nuestra evolución económico-social en medio de una crisis, al parecer, decisiva del capitalismo, exigen una aceleración en el proceso de la vida colectiva: tenemos que acortar las etapas mediante esfuerzos nacionales solidarios para el aprovechamiento planificado del trabajo, de la técnica y del capital que tengamos a nuestra disposición.»

«El progreso material en naciones más favorecidas, ha sido el efecto del espontáneo juego de fuerzas vitales y sociales en tensión creadora . Entre nosotros, tendrá que ser el resultado de una organización de la actividad colectiva, hecha con un criterio técnicoy dirigida con un propósito social. El giro de los sucesos mundiales y la urgencia de los problemas internos no dan ocasión para esperar. Por ineludible imperativo de las circunstancias históricas, las grandes transformaciones económicas de la Revolución democrático burguesa -reforma agraria, industrialización, liberación nacional- se realizarán en nuestros países latinoamericanos, a través de la Revolución Socialista.»

«Una política de esta naturaleza, que tiende al aprovechamiento intensivo de nuestros recursos naturales, exige la movilización completa del potencial humano por medio de las organizaciones de trabajadores, la nacionalización de las industrias básicas y las reformas del régimen agrario, el manejo estatal de los servicios públicos, especialmente de los de Seguridad, Salubridad y Educación, la convergencia, en fin, de todas las fuerzas sociales creadoras en un propósito de superación nacional. El estado mismo tiene que ser rehecho en su estructura orgánica de acuerdo con la realidad geográfica y económica de la Nación.»

«Sólo la voluntad de la clase trabajadora puede llevar a efecto esta empresa cuya urgencia se hace sentir tan fuertemente en este período de transición que estamos viviendo. Sobre ella no actúan las innhibiciones que se derivan de los intereses creados ni gravita el lastre de los prejuicios tradicionales. Unicamente ella está en condiciones de dar a la sociedad chilena la superior integración e impulso constructivo que la coloquen, de nuevo, en la avanzada del movimiento continental.»

Estas breves citas del Programa de 1947, aunque extensas para el objetivo de este trabajo, entregan los elementos fundamentales del pensamiento político que animaría al Partido Socialista hacia adelante. Están en ellos la base de la Línea de Frente de Trabajadores que sustentaría el Socialismo Chileno casi por un cuarto de siglo, hasta el triunfo de la Unidad Popular que ubicaría al partido y al movimiento popular nacional en la antesala del Poder. Qué nos dice esta teoría. Veamos el informe de Raul Ampuero al XX Congreso del Partido en el año l964:

«Cada vez con mayor resolución comenzamos a sostener una concepción nueva, que negaba a la burguesía chilena, como clase, toda posibilidad real de conducir la lucha antiimperialista y antifeudal y, aún, de participar en ella con lealtad y consecuencia. El desplazamiento de los jefes radicales hacia posiciones derechistas, su ingreso al círculo de los grandes negocios y su incorporación al aparato de explotación del capital extranjero, no eran entoces meros síntomas de corrupción personal o de degradación política, sino índices evidentes de que entre la burguesía y los terratenientes, entre la burguesía y el imperialismo no existían oposiciones fundamentales de intereses. El Partido Radical, bajo dominio de tales dirigentes, dejaba de ser el brioso lider de la pequeña burguesía reformista para adscribirse paulatinamente a posiciones más y más conservadoras.

«Entonces, ¿qué clases eran las llamadas a protogonizar la lucha contra el viejo orden? ¿Cuál era el carácter del proceso revolucionario que nos permitiría desatar nuevas y pujantes fuerzas de progreso? Las respuestas se abrieron lentamente camino, pero se impusieron al fin: únicamente los trabajadores, los explotados, las capas sociales no comprometidas, estaban en condiciones de dar la batalla histórica contra un sistema caduco y en descomposición; sólo una revolución popular y democrática de clara tendencia socialista podría edificar una sociedad de nuevo tipo. Desaparecería la barrera hasta entonces inviolable entre la revolución democrático burguesa y la revolución socialista, para integrarse ambas en un proceso unitario y continuo, que comienza removiendo los grandes obstáculos opuestos al desarrollo -la dependencia imperialista y el régimen semifeudal vigente en la agricultura- para coronar su obra con el establecimiento de relaciones socialistas cada vez más avanzadas.»

Es decir en 1964, se ratifica la teoría desarrollada en el programa de 1947 por Eugenio Gonzalez convirtiéndola en un quehacer político.

Desde esa fecha, con avances y retrocesos esta teoría se desarrolla y se concreta, alianzas y programas que perfilan la perspectiva de alcanzar el Poder a través de coaliciones de partidos representativos d los trabajadores y sectores sociales oprimidos por el sistema con proyectos que buscaban la transformación y el cambio económico y social, al frente de los cuales estarían también hombres de las propias filas populares. Así se constituye el Frente de Acción Popular (FRAP) y después la Unidad Popular de las cuales sería su abanderado nuestro camarada Salvador Allende.

La concepción del Frente de Trabajadores, entonces, no fue una improvisación ni una política accidental o coyuntural. Fue madurando largos años dentro de partido y materializándose con la propia experiencia partidaria, por las frustraciones provocadas por políticas débiles y claudicantes, por la esterilidad de la participación en gabinetes ministeriales que resentían a los trabajadores y por la enseñanza que entregaban la colaboración con sectores políticos de la burguesía que siempre fueron incapaces de romper sus vínculos de clase, su compromiso con los intereses de las clases dominantes. La experiencia que se había vivido con el Gobierno de Ibañez en 1952, repitiendo el error frente populista, había endurecido a la militancia, que no estaba dispuesta a tolerar nuevas debilidades. En adelante, las pugnas internas estarían entre los más o los menos consecuentes con la política revolucionaria de Frente de Trabajadores.

Por tibiezas en este plano sería desplazada la Dirección de Raúl Ampuero en el Congreso de Linares de 1965, asumiendo un nuevo equipo, encabezado por Aniceto Rodriguez, Carlos Altamirano, Adonis Sepúlveda, Erich Schnake, Rolando Calderón y otros que radicalizaría de nuevo las posiciones del Partido.

Incluso, el Congreso de Chillán, de 1967, llevaría a algunos extremos que no correspondían a la situación concreta de Chile, privilegiando la lucha armada, en un país donde se daba un movimiento de masas desarrollado fundamentalmente por socialistas y comunistas, profundamente politizado y combativo, que buscaba cambios revolucionarios.

La realidad nos conduciría a introducirnos con más fuerza en el proceso social; constituir una alianza que no fuera sólo un entendimiento electoral, sino un frente que se dispusiera al cambio económico social.

El llamamiento que socialistas y comunistas harían a las demás fuerzas de izquierda para constituir la Unidad Popular tendría ese sentido. El programa que se aprueba previo a la designación del candidato Presidencial diría lo siguiente:

«La unica alternativa verdaderamente popular y por lo tanto, la tarea fundamental que el Gobierno del Pueblo tiene ante sí, es terminar con el dominio de los imperialistas, de los monopolios, de la oligarquía terrateniente e iniciar la construcción del Socialismo.»

Es decir, la concepción del Frente de trabajadores sintetizada pero expresa: cumplir tareas democráticas y socialistas a través de un Gobierno compuesto por representantes de los partidos de trabajadores. El Presidente Allende llegaría hasta incluir en su Gabinete a los representantes máximos de la CUT, los compañeros Luis Figueroa y Rolando Calderón.

En este análisis de la trayectoria del Partido Socialista quedan, naturalmente, grandes lagunas e interrogantes. Pero sí se desprenden de sus grandes trazos una imagen constante de un partido revolucionario. Sus divisiones, contrariamente a lo que se afirma que se debieron a caudillismos, fueron, en gran medida, de carácter doctrinario.

Tenemos la certeza que el pensamiento del Partido Socialista penetró en vastos sectores populares y fue un elemento fundamental para el triunfo de 1970. Si efectivamente otras fuerzas aportaron a ese proceso, no es menos cierto que la política socialista de alcanzar el Poder pleno ayudaron a desarrollar un movimiento social fuertemente radicalizado y de alta combatividad. Como lo dijera Salvador Allende, su millón de votos correspondía a un millón de conciencias políticas.

El intento del Gobierno Popular, analizado en sus grandezas y debilidades lleva la impronta particular de Salvador Allende y también del Partido Socialista, igualmente con aciertos y errores. Cualquiera que fuera su conducción, el movimiento popular desarrolló fuerzas sociales que llevaron a la antesala del Poder. Naturalmente, la reacción de las clases dominantes correspondería a la histórica postura de impedir por todos los medios ser despojados de sus privilegios. Nunca han entregado el Poder pacíficamente. Por eso, antes de que Allende asumiera su cargo, asesinaron al Comandante en Jefe del Ejercito, René Schnaider, por no querer participar en un golpe de estado. No habían «excesos» ni atropellos a la Constitución, pues aún no estábamos en el Gobierno. La violencia la desataron ellos y la aplicaron ellos. Ciertamente, la aplicación del Programa de la Unidad Popular, repartido por cientos de miles en la campaña electoral de la U.P., desató las iras y la virulencia en las clases dominantes, volaron decenas de torres eléctricas, sabotearon la producción, asesinaron no solo trabajadores sino al Comandante Araya, de la Marina, que era Edecán del Presidente y empujaron en todas formas la intervención de las fuerzas armadas. Así se fue conformando el dilema al borde del enfrentamiento: o Revolución o Contrarevolución. No fuimos capaces de consumar el proceso. Triunfó la más cruel y sanguinaria Contrarevolución habida en el Continente.

El Partido Socialista y el movimiento popular, el pueblo entero inició el 11 de Septiembre de 1973 el pago de sangre por su intento de cambiar el régimen. No fueron los «excesos» ni los errores, mayores o menores, que los hubo, lo que condujo a la intervención armada. Fue la aspiración de realizar la utopía socialista como se le llama hoy día.

La derrota sacudió profundamente al pueblo chileno y el Partido sufrió su propio martirio. Fuera de sus miles de mártires, ha vivido la peor crisis de su historia. No es para menos, fracasó en el intento de cumplir sus sueños. Dispersado en múltiple grupos, el pueblo socialista logró la unidad. El Congreso Salvador Allende inició la difícil tarea de reconstruir el Partido, en nuevas condiciones nacionales e internacionales. Un Programa nuevo debe definir qué pensamos ahora, cuáles son nuestros principios en este presente con sus dinámicos cambios de todo orden: teóricos, científicos, tecnológicos y entregar a la militancia las nuevas alternativas. Lo obrado hasta ahora en esta materia aún no resuelve este problema. Abiertos al futuro, hay que asentar el despegue para hacer realidad las aspiraciones de aquellos que ofrendaron la vida por el Socialismo.