Marcha en apoyo de la República Socialista, frente a La Moneda
Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se aleja diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía entonces?…Para eso sirve, para caminar.
Eduardo Galeano
Al anochecer del 4 de junio de 1932, un grupo de militares provenientes de la base aérea El Bosque, acompañados por unas centenas de personas, ingresan al Palacio de la Moneda. El Comodoro del aire Marmaduque Grove se dirige al Presidente Juan Esteban Montero con estas palabras: “Como Comandante en Jefe de las tres ramas de las Fuerzas Armadas he resuelto deponer el gobierno que Ud. preside y establecer en Chile la República Socialista, en cuyo nombre procedo a tomar el mando de la nación para el pueblo de Chile y con el pueblo de Chile”. Así comenzaba, una de las gestas más significativas del pasado siglo, la utopía socialista de los doce días.
Se instala una Junta de Gobierno integrada por el general en retiro Arturo Puga, el dirigente socialista Eugenio Matte y Carlos Dávila. Asumen labores ministeriales el principal gestor de la jornada, Marmaduque Grove (defensa), además, dirigentes de distintos grupos socialistas se hacen cargo de la mayoría de los ministerios: Oscar Schnacke (Secretaría General de Gobierno), Eugenio González (Educación), Luís Barriga Errázuriz (Relaciones Exteriores), Alfredo Lagarrigue (Hacienda), Oscar Cifuentes (Salud) y Carlos Alberto Martínez (Tierras y Colonización).
Por medios de volantes, distribuidos por aviones, se da a conocer al pueblo de Santiago los propósitos de los nuevos gobernantes:
“La Republica socialista de Chile asegurará la organización de la economía nacional, bajo el control del Estado, disciplinará las fuerzas productoras y las hará resurgir, mediante una acción enérgica, no para satisfacer la codicia egoísta de la oligarquía corrompida, sino para bienestar y salud del pueblo.
Contra las pretensiones del capitalismo extranjero mantendrá imperativamente el deber de afirmar el control de nuestras fuentes de riquezas, entregadas sistemáticamente hasta ahora a empresas contrarias al interés colectivo, laborando así nuestra verdadera independencia económica. Al construir un nuevo orden de cosas estamos lejos de la influencia de cualquier imperialismo, sea éste el de la alta banca extranjera o del sovietismo ruso”.
El 5 de junio de 1932, se publica la primera proclama oficial de la “Junta de Gobierno Socialista”, que en lo fundamental, expresa:
“El proletariado, las clases productoras, la nación entera ha sufrido los efectos de un régimen económico-social que permite la explotación del trabajo, la especulación sin freno y el imperio de privilegios irritantes. La creciente desorganización de la economía, el dominio cada vez más absoluto de los intereses extranjeros levantados y manejados por la plutocracia y la oligarquía, la negligencia y la ineficacia de los gobiernos han ido acentuando en forma trágica la miseria del pueblo y la agonía de la nacionalidad”.
“Pretendemos iniciar una sociedad mejor que la actual dentro de las limitaciones naturales que imponen los recursos del país y sus condiciones históricas. Creemos que para lograrlo, el gobierno debe inspirar su acción en principios socialistas que reflejen las necesidades y anhelos dispersos en el ambiente de nuestro tiempo. No es posible encastillarse, disculpándose con ellos, en la formula ya anacrónica del individualismo liberal; en una superstición de la ley que sólo conduce a la paralización de la existencia social”.
“En consecuencia, en sus relaciones con los mercados extranjeros tenderá a liberar la economía chilena del yugo capitalista internacional y nacional. Si es necesario, el gobierno procederá de inmediato a tomar por su cuenta las importaciones de azúcar, petróleo, bencina y demás artículos de primera necesidad”.
Complementando la proclama, el Consejo de Ministros designado por la Junta de Gobierno, decreta las siguientes medidas:
“1.- Suspender los efectos de los lanzamientos en lo que se refiere a los cánones de arrendamiento inferiores a $200 mientras se dictan las disposiciones definitivas que consulta el plan económico de la organización socialista en lo referente a la domiciliación de inquilinos y obreros.
2.- Autorizar la entrega a los empeñantes de la Caja de Crédito Popular de los objetos indispensables para la vida y el trabajo domestico, maquinas de coser, herramientas de trabajo manual, prendas de vestir y otros que determinarán con el Director de la Caja. Estas entregas se harán con cargo a las utilidades de dicha Caja.
3.- Decretar la amnistía de todos los presos por causas políticas y sociales.
4.- Reponer a todos los maestros expulsados a raíz del último movimiento de opinión a favor de los marineros y a los separados por el régimen anterior.
5.- Dejar sin efecto las medidas disciplinarias adoptadas por el Consejo universitario en contra de los alumnos con motivo de las últimas incidencias pro-reforma universitaria.
6.- Ordenar el requisamiento inmediato de toda clase de armas que estén en poder de grupos e individuos que atenten contra la actual República Socialista”.
Livia Videla militante socialista, entonces adolescente, entrevistada por el historiador Miguel Silva en 1998, hace memoria de la impresión que hicieron en los sectores más pobres medidas como la devolución de bienes empeñados en la Caja de Crédito:
“Yo me impacté mucho cuando Grove asumió el poder. La gente en ese tiempo cuando no tenía plata para la comida iba a la casa de empeño. A mi me tocaba empeñar el día lunes para tener plata para la comida. Mi mamá en ese tiempo había tenido que llevar la maquina de coser a empeñar y otras cosas también. Entonces cuando Grove, el primer día que subió, sacó un decreto que se debía devolver todas las herramientas de trabajo que estaban empeñadas y entregadas a la gente sin cobro. Y eso impactó de inmediato en las personas, mi mamá estaba tan feliz porque no tenía plata para sacarla”.
En la casa central de la Universidad de Chile, se instala la FOCH (Federación Obrera de Chile) y se constituye el CROC (Comité Revolucionario Obrero y Campesino). Además, en ese 5 de junio se ordena la disolución del Congreso Termal, nombre dado al Congreso Nacional electo en 1930 en dudosas circunstancias.
El Ministro de Hacienda, Alfredo Lagarrigue, miembro de la NAP, al presentar su plan de política económica llamado de “las 40 medidas”, expresará que la finalidad simplemente es: “Alimentar al pueblo, vestir al pueblo, domiciliar al pueblo, entendiéndose por el pueblo al conjunto de los ciudadanos sin distinción de clase ni de partidos”.
A estas medidas, se suceden nuevos decretos cuyo significado será determinante para la democratización y desarrollo nacional posterior:
– Creación de los Ministerios del Trabajo y de Higiene.
– Creación del Banco del Estado.
– Teatro, Editorial y Radiodifusión del Estado.
– Organización de la investigación folclórica.
– Plan de Colonización Agrícola que se inicia con la distribución de tierras a los cesantes.
El 7 de junio, al término de una concentración de apoyo popular, se propone a la Junta estas medidas:
1.- Que la Junta Revolucionaria proceda de inmediato al armamento de los obreros, para la formación de la Guardia Revolucionaria, bajo el control de las organizaciones de trabajadores.
2.- Radicalización del movimiento dándole representación a las fuerzas populares.
3.- Hacer efectivas las reivindicaciones económicas para que los trabajadores apoyen la revolución y la burguesía tenga la sensación de su caída.
4.- Dictación inmediata de disposiciones que fijen el precio máximo de los artículos de primera necesidad a fin de impedir la especulación.
En las principales ciudades se suceden las marchas, concentraciones y manifestaciones de apoyo a la República Socialista. Los trabajadores asumen el control de dos periódicos de la reacción: El Mercurio y La Unión.
Como réplica, la figura de Carlos Dávila, miembro de la Junta, empieza a destacarse como alternativa de crítica y freno al proceso revolucionario, este declara a un periodista norteamericano que es “un ardiente partidario de colaborar y ayudar a las empresas y capitales de inversionistas extranjeros, tan necesarios para el desarrollo del país.” Y agrega “no tenemos ninguna intención de molestar la propiedad privada, ya sea de chilenos o de extranjeros. Los contratos serán respetados, como siempre lo han sido”. Desde Washington se comunica que “la opinión del Senado se ha sentido aliviada de un gran peso con la declaración del señor Dávila de que la propiedad privada no será molestada, ya que en general se considera esto como directamente en contra de Estados Unidos”. Se conoce de reuniones discretas de Dávila con mandos superiores de las Fuerzas Armadas.
La prensa informa que dos barcos de guerra norteamericanos se dirigen a las costas chilenas para “proteger las vidas e intereses de los ciudadanos norteamericanos.”
El 12 de junio, Carlos Dávila renuncia a la Junta declarando su sagrado compromiso con el Socialismo……..
El fin de la República Socialista
El 16 de junio de 1932, después que en la tarde del mismo día se originó una gran concentración obrera en apoyo al gobierno, un grupo de Oficiales de la Guarnición de Santiago dan un golpe militar y ponen fin a la República Socialista; detienen a Grove, a Matte y a otros socialistas, que son hechos prisioneros y luego desterrados a la Isla de Pascua.
Se decreta el estado de sitio y Carlos Dávila, asume como Presidente de una nueva Junta. Ante el golpe que impone a Dávila, la Alianza Revolucionaria de Trabajadores convoca a un paro nacional que dura tres días, hay enfrentamientos con el ejército y un número no determinado de muertos. El 12 de agosto, los estudiantes ocupan la Casa Central de la Universidad de Chile, Dávila ordena a las tropas el desalojo y nuevamente hay muertos y heridos.
El legado de los fundadores del Socialismo chileno.
Los relegados socialistas de la Isla de pascua, tendrán el tiempo para dialogar sobre los acontecimientos que habían protagonizado, sobre los errores cometidos y cual había sido la causa fundamental de la derrota de la República de los doce días.
Carlos Charlín (fundador del PS) en su libro del Avión rojo a la República Socialista recuerda aquellos diálogos “El tema que luego embargó la total atención de los prisioneros políticos en las tertulias nocturnas de la Isla de Pascua fue el problema de haber carecido la República Socialista de un poderoso partido de la clase obrera que le apoyara y colaborara en el gobierno. Matte creía que Chile estaba maduro para que mediante la dialéctica marxista interpretara la realidad chilena y propusiera soluciones que dieran verdadero bienestar a los proletarios. Estuvo de acuerdo con Grove en que la masa obrera que seguía al Partido Comunista era abnegada, disciplinada y de una actividad encomiable, pero sus decisiones estaban más subordinadas a la realidad internacional que a las necesidades nacionales. Un Partido Socialista chileno, con una doctrina marxista, con un programa absolutamente nacional, sin sujeción a ninguna internacional, estaba indicado para realizar la conquista del poder político, económico y social para la gran masa proletaria. Creía que sería fácil reunir a muchas de las personas que apoyaron el gobierno del 4 de junio en un gran congreso de obreros, empleados, intelectuales y profesionales de tendencias socialistas y sindicales, para construir el nuevo PS”.
De regreso en Santiago, Matte, Grove y los demás relegados, se dan la tarea de generar el nuevo Partido, que surgirá de la fusión de los distintos grupos socialistas que habían participado en la República Socialista de los doce días: la Nueva Acción Pública (NAP), la Orden Socialista, el PS marxista y la Acción Revolucionaria Socialista. El 19 de abril de 1933, con los delegados de estas agrupaciones, en la calle Serrano 150, nace el PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE. De esta sesión constitutiva, surgirá el legado de los fundadores del socialismo chileno: nuestros principios, nuestro partido y nuestra gran utopía, construir el socialismo en Chile.
Fernando Joignant M
76e aniversario de la fundación del Partido Socialista de Chile
París, Sede del Partido Socialista francés, 18 abril 2009
Alocución de Armando Uribe Echeverría
Presidente del Comunal Francia del PSCh
Queridos amigos, queridos compañeros,
La celebración del aniversario de la fundación del Partido Socialista de Chile, el 19 de abril de 1933, es una tradición, escrupulosamente respetada por todos los Comunales del PS chileno, del norte al sur de esta país de 4.300 kilómetros de largo, así como en todos los sitios en donde hay militantes socialistas organizados. Generalmente sirve para recordar, evocando la historia del partido, las luchas a las cuales estuvo confrontado y los principios que han guiado a sus dirigentes.
Esta evocación anual nos permite rendir homenaje a las destacadas personalidades que lucharon por sus principios y sus ideales. Como todos los partidos de la izquierda chilena, el Partido Socialista cuenta numerosos muertos de muerte violenta y muchos desaparecidos en la noche y en la bruma de la dictadura militar.
También permite rendir homenaje a los sobrevivientes, a aquellos que frecuentemente sufrieron la tortura y la prisión antes del exilio, que no es la ventajosa residencia en el extranjero que algunos de nuestros compatriotas quisieran creer.
El exilio que hace que hasta hoy seamos privados, entre otros, del derecho a voto -y me temo que será una vez más el caso este año, para las elecciones legislativas y presidenciales de diciembre próximo, a pesar de la reciente adopción de la ley sobre la inscripción automática en los registros electorales.
Esta celebración es, por otra parte, la ocasión de recordar cierto número de principios sobre los cuales se construyó la identidad de este partido. Permítanme algunas palabras al respecto.
El Partido Socialista de Chile fue precedido por una serie de pequeños partidos, movimientos y grupos de origen generalmente anarquista que surgieron hacia fines de los años 1890 : los Obreros socialistas Francisco Bilbao; la Unión Obrera, que llegara a ser el Partido Socialista de Punta Arenas; la Unión Socialista o aun las Sociedades de Resistenciaanarquistas, en donde se difundían las ideas de Malatesta, de Louis Blanc, de Proudhon y de Elisée Reclus.
Nuestro Partido Socialista fue sobre todo precedido por el Partido Obrero Socialista, fundado en 1912 por Luis Emilio Recabarren, que se transformará en 1923 en el Partido Comunista de Chile.
En el curso de los años veinte se vio el desarrollo de Asociaciones Socialistas y de pequeños partidos que tenían por nombreOrden Socialista, Partido Socialista Marxista, Nueva Acción Pública y Acción Revolucionaria Socialista.
Estos cuatro pequeños partidos participaron en la muy efímera experiencia de la República Socialista instaurada durante doce días en 1932, a fin de responder a la inquietud y al endeudamiento popular debido a la crisis de 1929 en Chile – 12 días durante los cuales el gobierno, entre otras acciones, liberó todas las personas condenadas por delito de opinión, creó por decreto el Banco Central, le devolvió a sus propietarios los objetos empeñados en el banco de Crédito Popular, nacionalizó las riquezas básicas…
El programa de gobierno era, «Alimentar al pueblo, vestir al pueblo, darle vivienda al pueblo, entendiendo por pueblo al conjunto de ciudadanos, sin distinción de clase ni de partidos».
Acusados por los militares de querer imponer el comunismo a Chile, un golpe de Estado militar puso fin a esa experiencia y relegó a sus responsables a la Isla de Pascua. Es sin duda allá, en la deportación, que surgió la idea de formar un solo partido que reagruparía a todas las pequeñas formaciones políticas que compartían los mismos ideales. Esos cuatro partidos firmaron el Acta de nacimiento del Partido Socialista de Chile.
Los principios de la izquierda chilena remontan a los años 1850 y a la Sociedad de la Igualdad, fundada por Francisco Bilbao y Santiago Arcos siguiendo el modelo francés, recientemente puesto al día por la revolución de 1848 y la instauración de la Segunda República en Francia con el lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Desde su fundación, el Partido Socialista de Chile puso los principios de libertad, de igualdad y de fraternidad en el campo de aplicación que debe ser el suyo: el económico. No hay ni igualdad, ni fraternidad y aun menos libertad sin una mejor repartición de las riquezas que produce la Nación toda.
Estos principios se unen a otra regla esencial, que se tiende a olvidar en estos días: el Partido Socialista es un partido de clase y pretende representar en el seno de la nación a las clases desfavorecidas.
Salvador Allende, en un discurso de 1939 ante el Parlamento, definía la naturaleza del socialismo chileno del siguiente modo:
«El Partido Socialista pretende que mientras existan clases sociales antagonistas, es decir de una parte una oligarquía explotadora aliada al imperialismo y servidora de sus intereses, y de la otra las masas trabajadoras oprimidas, y mientras el Estado sea utilizado por la fracción dominante como instrumento de represión, la verdadera democracia política seguirá siendo una utopía y no se logrará ofrecer ninguna seguridad económica a las clases laboriosas. Es por eso que el Partido Socialista lucha contra los dos pilares del régimen dominante: la inmensa propiedad terrateniente y su complicidad con el imperialismo. Vencer estas dos supervivencias semicoloniales en nuestra economía es el primer paso hacia una democracia legítima y un progreso cierto en el camino hacia el socialismo«.
Finalmente, y no es el menor de los principios fundamentales del socialismo chileno, el Partido Socialista afirmó desde su nacimiento su independencia absoluta respecto a todo partido o a toda internacional, lo que lo distinguió fundamentalmente del Partido Comunista chileno.
Esta voluntad de acordar la prioridad a las realidades nacionales, el respeto de las condiciones políticas, económicas y sociales de Chile, es lo que hace una de sus grandes originalidades.
También es el fundamento del constitucionalismo de Salvador Allende y el zócalo de esta experiencia que fue llamada «la vía chilena al socialismo», es decir la vía pacífica y democrática de las urnas.
Permítanme volver al aspecto económico del socialismo, que es sin duda uno de sus aspectos esenciales.
Salvador Allende le rindió cuenta al Partido de la salida de los ministros socialistas del gobierno de Frente Popular explicando su decepción por no haber podido intervenir en la realidad económica del país:
«Nosotros socialistas dejamos el gobierno cuando nos encontramos en la imposibilidad de desarrollar una política positiva en favor del país. Dejamos el Ejecutivo cuando nos dimos cuenta de que nuestros esfuerzos eran vanos y malinterpretados, y que nuestras iniciativas eran rechazadas por la derecha económica que aun controla el crédito y las finanzas».
Esta evocación me parece tanto más importante hoy día, cuando la crisis financiera golpea todos los países del mundo, más rápido que la de 1929, y que Chile se ve confrontado a una grave realidad política y económica.
Después de la dictadura militar, los gobiernos de la Concertación continuaron administrando un régimen político emanado directamente del régimen militar, y un sistema económico que, ciertamente produce crecimiento (una media envidiable de un 8% al año) pero en provecho exclusivo de un grupo extraordinariamente reducido de personas.
«Uno siempre se sorprende en Chile -cuenta David Rothkopf, ex director de la firma de consultores fundada por Henry Kissinger-por la rígida estratificación de la sociedad. Abajo se encuentran los pobres y la clase obrera, más arriba una clase próspera y educada que está en el origen del ‘milagro chileno’. En fin, en la cima, en la cumbre del mundo de los negocios, algunos recogen lo esencial de los beneficios del éxito del país. A pesar de sus progresos, Chile se parece a la mayor parte de los países en desarrollo del mundo. Aquí también, es un puñado de individuos y de grandes familias. Uno de mis amigos, que pertenece él mismo a la élite local, me dijo un día que Chile no es realmente un país, sino más bien un Club privado. Solo algunas grandes familias forman parte, los Angelini, Matte, Piñera, Luksic, Saieh, Claro, Edwards y algunas otras. Es el primer círculo. Si Ud quiere hacer algo aquí, más vale que los tenga de su lado».
Y el autor describe las desigualdades sociales en Chile, de «una amplitud inédita en el curso de su historia moderna. El 20% más rico de los chilenos obtiene casi el 67% del ingreso nacional, mientras que el 20% más modesto recibe apenas algo más del 3%. La separación entre chilenos ricos y pobres es aun peor hoy día que en los tiempos de Pinochet. Y es al mismo tiempo una de las más grandes del mundo«.
Si yo cito así Rothkopf -lo he sacado de un libro publicado el año pasado bajo el título Superclass y que acaba de aparecer en francés bajo el título La Casta: las nuevas élites y el mundo que nos preparan-, es por varias razones.
Primero, porque él no puede ser acusado de ingenuidad ni de anti capitalismo ni de izquierdismo: es un hombre de derechas, que estudia las élites mundiales con admiración.
Segundo, porque lo que él constata en nuestro país -y que nosotros también constatamos-, es la realidad política y económica objetiva del Chile actual.
Es evidente que el poder económico se impuso -en Chile como en otros sitios-, sobre toda otra forma de dominación: política, religiosa, militar.
Está claro que es gracias a la tranquilidad política y social impuesta por la larga dictadura militar de Pinochet que prosperó el sistema ideológico que prevalece hoy en Chile.
La ideología del neoliberalismo de mercado desregulado ha logrado incluso apoderarse de los espíritus mejor preparados en Chile para defenderse de ella. Y no veo mejor ejemplo de lo que afirmo que el de una militante histórica del Partido Socialista como lo es la presidente de la República Michelle Bachelet.
Al terminarse la «Cumbre Progresista» que se realizó hace algunas semanas en Viña del Mar, cuando un periodista le preguntó cuál era su definición de «progresismo«, eufemismo por el cual reemplazaron el término «izquierda«, Michelle Bachelet respondió: «La libertad de los mercados«.
Eso nos muestra simplemente que los principios enunciados en la Declaración de Principios fundacional del Partido Socialista, que las palabras que Salvador Allende pronunciara en el Parlamento y ante su partido, palabras que definen la naturaleza de su compromiso, pertenecen a un universo mental y político que no es el de los gobernantes -sean ellos socialistas- del Chile actual.
La diferencia entre estos dos universos mentales no puede en ningún caso ser reducida al debate simplista y engañador socialdemocracia contra socialismo, libertad de empresa contra estatismo.
La cuestión es más profunda, mas grave. La frase del amigo chileno de David Rothkopf la resume perfectamente: «Chile no es realmente un país, sino más bien un Club privado».
El debate entre estos dos universos mentales es el debate de la desaparición de las naciones en provecho de las élites multinacionales, a costa de todos aquellos, la inmensa mayoría, que no pertenecemos a la élite. Es el debate entre aquellos que defienden la existencia de las naciones y aquellos que cesaron de defenderla.
Chile ha servido, desde hace tres décadas, a las experimentaciones más brutales en materia de gestión económica, política y social.
Nosotros formamos parte de aquellos que creen que gobernar significa estar al servicio del pueblo. Que creen que es el pueblo, y no los mercados, la fuente de la legitimidad democrática. Que creen que la economía es un instrumento al servicio del Hombre, y no una religión abstracta a la que hay que rendirle un culto cotidiano.
Finalmente, nosotros formamos parte de aquellos que creen que Chile es una Nación, y que esa Nación es nuestra, de todos, y que no tenemos porqué aceptar que quien quiera que sea, -individuos, grupos, familias o clanes-, se apodere de ella y la transforme, como dicen ellos mismos, en un Club privado.
He dicho.
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Adonis Sepúlveda (Enero de 1998)
Introducción
Los partidos políticos nacen como expresiones de necesidades y aspiraciones económicas, sociales y de todo orden que fluyen de los estratos, capas y clases que se generan en las sociedades. Lo efímero o duradero de una entidad política estará en relación directa a su capacidad de identificarse con los problemas y aspiraciones de los sectores que intenta representar.Sin embargo, no es suficiente la carencia de una expresión política en determinados estamentos sociales para que cualquier intento o proyecto cubra el espacio existente. Se puede, en cualquier momento, «inventar» un partido, pero el enraizamiento en radios profundos de la estructura social no se alcanza por actos políticos voluntaristas o meros propósitos doctrinarios o intelectuales. Por muy honesta y luminosa que sea la iniciativa, si ella obedece sólo a móviles coyuntures, accidentales o de liderazgos personales, se proyectará fugazmente en la sociedad. Es necesario que el proyecto calce oportunamente con necesidades económicas y sociales históricas y concretas de los sectores que pretende representar, que haga suyas sus exigencias y esperanzas y las convierta en su quehacer para que aquellos asuman como propia la nueva entidad y la anuden a su destino.
Orígenes
El Partido Socialista de Chile surgió respondiendo a estas características. Se identificó con los trabajadores y sectores oprimidos por el sistema capitalista, expresó su inquietudes, sus intereses y su idiosincracia. Sus fundadores más ilustres, continuadores de luchas por el Socialismo que devenían del siglo pasado, meses antes del acto fundacional, junto a algunos militares revolucionarios se tomaron el Poder el 4 de Junio de l932 para establecer una República Socialista «para el pueblo, por el pueblo y con el pueblo». El intento caló ondo en los trabajadores. Sus líderes fueron endiosados por el Pueblo. De ahí que, la concresión de un Partido por los mismos actores, calzaría con una necesidad social e introduciría a los socialistas al tejido social de Chile.
El intento fracasó. Sus conductores fueron derrotados por un Golpe militar de derecha, encarcelados y deportados. Pero tuvo la virtud de dejar la simiente de la insurgencia social y de exitar las aspiraciones de bienestar, justicia y libertad de las grandes mayorías explotadas y oprimidas. Los trabajadores chilenos llevaban décadas de cruentas luchas por su liberación, la Revolución del 4 de Junio los dejó con la inteligencia de que sus ideales eran alcanzables. Su posibilidad encontró una perspectiva de realización con la fundación del Partido Socialista, el l9 de Abril de l933, que dio continuidad y organicidad al ideario socialista en Chile, ya con años de luchas e intentos orgánicos.
Pero no sólo la experiencia del 4 de Junio inspiró a los fundadores. Su nacimiento fue producto de diversos elementos del proceso social de ese período, tanto nacional como internacional. En primer lugar, del desarrollo y concreción de las ideas socialistas en el mundo; del triunfo de la Revolución Socialista en la Rusia de los Zares; de la crisis económica y la situación política inestable del país. Al momento de la fundación ya se había desarrollado el burocratismo en el Estado Soviético y un sector del Partido Bolchevique y de los partidos comunistas del mundo había sido expulsado de sus filas. Por su parte los partidos socialistas y socialdemócratas, aún inculpados de traición al socialismo, continuaban su inserción en la institucionalidad burguesa; no aparecían como alternativa para América Latina. A la vez, el Partido Comunista de Chile, escindido y jibarizado por los problemas conductuales al interior de la URSS e incapaz de interpretar al pueblo chileno por su incondicionalidad a políticas extrañas dictadas desde Moscú, tampoco era solución para los trabajadores del país.
Esta situación fue generando agrupaciones socialistas que buscaban un camino propio para la lucha por el Socialismo, que afloran públicamente después de la caída de Ibañez en l931. En este marco confluyen a la fundación del Partido Socialista, Acción Revolucionaria Socialista, ARS; Nueva Acción Pública, NAP; la Orden Socialista; el Partido Socialista Marxista y Partido Socialista Unificado, todos pequeños grupos organizados en Santiago con muy débiles ramificaciones en provincias. De su unificación surge una indentidad con características propias, autónoma de la corrientes socialistas y comunistas del mundo y de Chile, Asume lo mejor de esas tendencias pero resolviendo por sí misma, democráticamente, sus principios y su caráter, programa y su quehacer político.
Liderizado por Marmaduke Grove, Eugenio Matte, Oscar Schnacke, Eugenio Gonzalez, Carlos Alberto Martinez y otros, los mismos que 10 meses antes habían estado a la cabeza de la Revolución del 4 de Junio, le dieron vida y alma a una organización revolucionaria, autónoma, altiva y orgullosa, conformada por trabajadores manuales e intelectuales para luchar por la liberación del pueblo chileno, de América Latina y del mundo.
A 68 años de fundación, en la medida que el Socialismo está vigente, sigue siendo una necesidad social. Se trata de adecuarla a las condiciones y exigencias actuales de la lucha social sin renegar de su pasado.
Principios fundacionales
El clima ideológico y político nacional e internacional de esa época, en cuyas características influía notoriamente la Revolución rusa de 1917, a pesar de sus deformaciones burocráticas iniciales, desviación no valorada por el entusiasmo hacia tal acontecimiento, conjugado con otros elementos ya mencionados anteriormente, determina la identidad de la nueva organización: nace como un partido de trabajadores sustentado en una concepción marxista revolucionaria muy propia, que aporta nuevos elementos a esta teoría anticipándose en más de medio siglo a formulaciones críticas actuales.Efectivamente, en el punto uno de la Declaración de Principios de 1933, se establece que se acepta el marxismo como método de interpretación de la realidad, enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos del constante devenir social. Con esta definición primordial el Socialismo Chileno selló su carácter antidogmático y no sectario y se pertrechó de una visión amplia, abierta y autónoma para analizar los fenómenos económicos y sociales. Los acápites siguientes aceptan la lucha de clases, el carácter clasista del Estado y comprometen al Partido con una transformación revolucionaria del sistema, ya que no sería posible la vía pacífica para alcanzar el Poder, afirmando, a la vez, la necesidad transitoria de una «dictadura de los trabajadores». Culmina con una definición latinoamericanista que pregoniza la Unión de Repúblicas Socialistas de América Latina como etapa de la Revolución mundial.
Es importante analizar tales postulados. Estas explícitas formulaciones tienen como característica que, sin mencionar las polémicas teóricas surgidas alrededor de la Revolución Rusa, ellas se encuadran en la concepción de Lenin en la interpretación del marxismo. En su polémica con la socialdemocracia, especialmente con su lider Kausky, Lenin afirmaba que para ser marxista no era suficiente reconocer la lucha de clases, era necesario reconocer también la «Dictadura del Proletariado»; y este punto fue lo que motivó la separación entre la Socialdemocracia y la Internacional Comunista, porque la primera se declaró «democrática» y contra toda dictadura y la segunda habló de la «democracia socialista», concepto que, ampliando profundamente la democracia y la participación de los sectores populares, limitaba los derechos de las clases poseedoras desplazadas del Poder.
¿Cómo concluyeron en estas definiciones revolucionarias nuestros fundadores cuando tales concepciones eran materia de discusión en los círculos ideológicos europeos?
En ese período, la interpretación leninista del marxismo no estaba consagrada como «Marxismo Leninismo», en primer lugar, porque habían muchos teóricos socialistas de distintos países que sostenían posiciones coincidentes con las de Lenin, que no significaban más que la recuperación del sentido revolucionario del marxismo y su naturaleza no dogmática. Estas concepciones fueron abandonadas por los dirigentes socialdemócratas después del desaparecimiento de Carlos Marx y Federico Engels, que sobrevivió al primero por 12 años, aunque ambos alcanzaron a criticar las desviaciones del principal partido adepto a sus ideas, el Socialdemócrata Aleman. Lo que asentaron nuestros fundadores en su Declaración de Principios, entonces, fue, ni más ni menos, que la concepción revolucionaria del Marxismo en cuya clarificación y restitución Lenín sí fue su principal sostenedor. Años después de la muerte de éste, Stalin, convertido en Jefe del Partido Comunista, y como una manera de afianzarse en el Poder, convertiría en un fetichismo el «Marxismo Leninismo» del cual se declararía su principal cultor, utilizándolo a su manera, para su beneficio y como arma contra los discrepantes de su política a los cuales estigmatizaba como «enemigos del Pueblo» por no aceptar su personal interpretación de tal concepción.
A medida que el dominio de Stalin degeneraba el régimen soviético convirtiéndolo en una dictadura personal, cruenta y asesina, el «Marxismo leninismo» pregonado desde el Kremlin se convirtió en la antítesis de las ideas de Marx y Lenin. Quienes han abandonado en estos tiempos el Marxismo, concibiéndolo como la máscara horrorosa y sangrienta del Stalinismo, han cometido un error de lesa ignorancia histórica junto con demostrar un desconocimiento de la historia del Partido Socialista, que supo, en sus orígenes y después en su política concreta, sustentarse en la esencia del pensamiento de aquellos pensadores, interpretándolos libremente; a la vez que supo criticar y distanciarse del Stalinismo sin confundirse con la crítica de la burguesía cuyo régimen de explotación de los trabajadores, no le daba autoridad para convertirse en rector de la sociedad.
El Partido Socialista puede estar orgulloso de haber sido uno de los pocos partidos del mundo, que sin abandonar el sentido revolucionario de su accionar nunca cayó en la visión dogmática y utilitaria del Stalinismo. Si en un momento determinado de su curso histórico se declaró Marxista leninista lo hizo explícitamente en el sentido de interpretar libremente las ideas de Marx y de Lenín.
Es por eso que el Partido Socialista de Chile, con su identidad transformadora, buscó alcanzar el Poder para construir el Socialismo, utilizando los métodos de lucha que fueran necesarios en cada oportunidad, tarea concebida como de largo plazo que llena su existencia, por lo menos hasta 1973.
Su Trayectoria
Enmarcado en estas concepciones, como toda empresa de acción de humanos en el medio humano, el P.S. desarrolló su personalidad portando virtudes y debilidades, incurriendo en aciertos o en severos errores, cruzando etapas de pujante unidad y otras de dolorosas escisiones, pero siempre incerto en el proceso social. Durante toda su existencia, fraccionado o no, ocupó un espacio de rebeldía social en el espectro político nacional y de solidaridad con las luchas de los pueblos del tercer mundo por su liberación, cualesquiera que fueran los métodos de luchas que ellos emplearan.
En sus inicios, imbuído del doctrinarismo clásico de ese período, sostiene una posición clasista y de aspiración de Poder fervorosas. En l934, trata de construir un Frente de Trabajadores, (el Block de Izquierda) con Marmaduque Grove a la cabeza, su lider carismático, que en las elecciones presidenciales anteriores había obtenido la primera mayoría en Santiago y Valparaíso y que electrizaba a las multitudes con su palabra sencilla pero candente. Desarrolla un movimiento de protesta social que ofusca al gobierno derechista del momento y termina persiguiendo y deportando a los líderes socialistas. El partido debe trabajar en la ilegalidad.
En esa etapa, el Partido Comunista de Chile, rechazaba todo entendimiento con los partidos de izquierda conforme a las órdenes que recibía de Moscú. Pero nuevas instrucciones lo llevan a cambiar de postura, no sólo en Chile sino en todo el mundo. De su extremismo infantil pasa al otro extremo y busca constituir un «Frente Popular» incluso con la burguesía nacional. Pasa a entenderse con el Partido Radical a quien ofrece la hegemonía en la constitución de la novísima alianza.
Inicialmente, el P.S. rechaza la línea de Frente Popular, opuesta a su concepción de mantenerse independiente de los partidos representativos de las clases dominantes. El radicalismo arrastraba una historia de alianzas con el liberalismo y otros sectores de la derecha. Pretendía acercarse a la izquierda para liderizar el movimiento popular emergente y alcanzar la Presidencia de la República. El Partido Socialista termina por ceder: retira la postulación de Grove y la Izquierda, encabezada por el Radical Pedro Aguirre Cerda, obtiene su primer triunfo nacional en l938; el P.S. pasa a ser la segunda fuerza del Gobierno del Frente Popular. Transcurrirían tres décadas antes de que fuera hegemónico en la Izquierda con Salvador Allende como su líder.
El Partido asume responsabilidades superiores y juega un papel de primer orden en el desarrollo económico y democrático del país. Sin embargo, a pesar de sus grandes realizaciones, el gobierno no cumple su programa y los sectores obreros, campesinos y medios se sienten frustrados. Se produce el descontento social y la militancia socialista exige cada día con más vigor el retiro de sus ministros del Gabinete. Se agudiza la lucha interna. El aparato dirigente partidario se ha engolosinado con las granjerías gubernamentales y se niega a independizarse. El P.S. sufre su primer gran sisma en 1940.
El quinquenio siguiente es de más quiebres y dispersión. Se llega al Congreso General Ordinario de 1946 donde la militancia joven, más la vieja guardia revolucionaria, desplazan a los equipos burocratizados que han abandonado sus concepciones revolucionarias. Para entender este cambio hay que registrar que la F.J.S. (Federación de la Juventud Socialista) había llegado a ser a fines de la década del 30 una sólida y disciplinada organización con una militancia de más o menos 10.000. militantes, formada políticamente en las concepciones revolucionarias del Partido. De ella surge la llamada «Generación del 38» que aporta a lo largo de la vida socialista 5 Secretarios Generales y una destacada plana mayor de dirigentes de los cuales algunos aún perduran.(Mencionamos a los Secretarios Generales Raúl Ampuero, a Aniceto Rodriguez, Salomón Corvalán, Clodomiro Almeyda, Carlos Briones; y entre los dirigentes históricos, Adonis Sepúlveda, los Palestro, Carmen Lazo, Eduardo Osorio, Ramón Silva Ulloa, Belarmino Elgueta. Es esta generación, liderizada por Raúl Ampuero Díaz y la participación de viejos fundadores que conservaban su espíritu revolucionario, (Eugenio Gonzalez, Carlos Alberto Martinez, Manuel Mandujano, Augusto Pinto, Ramón Sepúlveda Leal, entre otros) los que recuperan los valores del Partido, su independencia y su espíritu de lucha.
El primer fruto de esta recuperación sería la Conferencia de Programa de 1947, de la cual surgió un Documento de trascendencia histórica y cuyo texto definitivo fue elaborado por la brillante pluma de Eugenio Gonzalez. Su aporte teórico sobre el carácter de la Revolución Chilena y Latinoamericana, que le dio un sólido fundamento al quehacer partidario, tuvo gran incidencia en el triunfo del movimiento popular del país en 1970. Veamos algunas de sus formulaciones:
«Nuestro partido representa en Chile el impulso histórico del verdadero Socialismo y la auténtica doctrina socialista que recoge para superar -y no para destruirlos- todos los valores de la herencia cultural como un positivo aporte a la nueva sociedad que deberá erigirse sobre el mundo capitalista.»
«Es necesario que los militantes del P.S. y el pueblo comprendan plenamente la significaciòn histórica y humana del socialismo, la justeza de su posición revolucionaria frente a los problemas de la época y las perspectivas nacionales y mundiales de su acción política . Dialécticamente generado por el Capitalismo, el Socialismo constituye su necesaria superación… corresponde en el momento actual a los partidos socialistas y afines de la América Latina llevar a término en nuestros países semicoloniales las realizaciones económicas y los cambios jurídicos que en otras partes ha impulsado y dirigido la burguesía. Las condiciones anormales y contradictorias en que nos debatimos, determinadas por el atraso de nuestra evolución económico-social en medio de una crisis, al parecer, decisiva del capitalismo, exigen una aceleración en el proceso de la vida colectiva: tenemos que acortar las etapas mediante esfuerzos nacionales solidarios para el aprovechamiento planificado del trabajo, de la técnica y del capital que tengamos a nuestra disposición.»
«El progreso material en naciones más favorecidas, ha sido el efecto del espontáneo juego de fuerzas vitales y sociales en tensión creadora . Entre nosotros, tendrá que ser el resultado de una organización de la actividad colectiva, hecha con un criterio técnicoy dirigida con un propósito social. El giro de los sucesos mundiales y la urgencia de los problemas internos no dan ocasión para esperar. Por ineludible imperativo de las circunstancias históricas, las grandes transformaciones económicas de la Revolución democrático burguesa -reforma agraria, industrialización, liberación nacional- se realizarán en nuestros países latinoamericanos, a través de la Revolución Socialista.»
«Una política de esta naturaleza, que tiende al aprovechamiento intensivo de nuestros recursos naturales, exige la movilización completa del potencial humano por medio de las organizaciones de trabajadores, la nacionalización de las industrias básicas y las reformas del régimen agrario, el manejo estatal de los servicios públicos, especialmente de los de Seguridad, Salubridad y Educación, la convergencia, en fin, de todas las fuerzas sociales creadoras en un propósito de superación nacional. El estado mismo tiene que ser rehecho en su estructura orgánica de acuerdo con la realidad geográfica y económica de la Nación.»
«Sólo la voluntad de la clase trabajadora puede llevar a efecto esta empresa cuya urgencia se hace sentir tan fuertemente en este período de transición que estamos viviendo. Sobre ella no actúan las innhibiciones que se derivan de los intereses creados ni gravita el lastre de los prejuicios tradicionales. Unicamente ella está en condiciones de dar a la sociedad chilena la superior integración e impulso constructivo que la coloquen, de nuevo, en la avanzada del movimiento continental.»
Estas breves citas del Programa de 1947, aunque extensas para el objetivo de este trabajo, entregan los elementos fundamentales del pensamiento político que animaría al Partido Socialista hacia adelante. Están en ellos la base de la Línea de Frente de Trabajadores que sustentaría el Socialismo Chileno casi por un cuarto de siglo, hasta el triunfo de la Unidad Popular que ubicaría al partido y al movimiento popular nacional en la antesala del Poder. Qué nos dice esta teoría. Veamos el informe de Raul Ampuero al XX Congreso del Partido en el año l964:
«Cada vez con mayor resolución comenzamos a sostener una concepción nueva, que negaba a la burguesía chilena, como clase, toda posibilidad real de conducir la lucha antiimperialista y antifeudal y, aún, de participar en ella con lealtad y consecuencia. El desplazamiento de los jefes radicales hacia posiciones derechistas, su ingreso al círculo de los grandes negocios y su incorporación al aparato de explotación del capital extranjero, no eran entoces meros síntomas de corrupción personal o de degradación política, sino índices evidentes de que entre la burguesía y los terratenientes, entre la burguesía y el imperialismo no existían oposiciones fundamentales de intereses. El Partido Radical, bajo dominio de tales dirigentes, dejaba de ser el brioso lider de la pequeña burguesía reformista para adscribirse paulatinamente a posiciones más y más conservadoras.
«Entonces, ¿qué clases eran las llamadas a protogonizar la lucha contra el viejo orden? ¿Cuál era el carácter del proceso revolucionario que nos permitiría desatar nuevas y pujantes fuerzas de progreso? Las respuestas se abrieron lentamente camino, pero se impusieron al fin: únicamente los trabajadores, los explotados, las capas sociales no comprometidas, estaban en condiciones de dar la batalla histórica contra un sistema caduco y en descomposición; sólo una revolución popular y democrática de clara tendencia socialista podría edificar una sociedad de nuevo tipo. Desaparecería la barrera hasta entonces inviolable entre la revolución democrático burguesa y la revolución socialista, para integrarse ambas en un proceso unitario y continuo, que comienza removiendo los grandes obstáculos opuestos al desarrollo -la dependencia imperialista y el régimen semifeudal vigente en la agricultura- para coronar su obra con el establecimiento de relaciones socialistas cada vez más avanzadas.»
Es decir en 1964, se ratifica la teoría desarrollada en el programa de 1947 por Eugenio Gonzalez convirtiéndola en un quehacer político.
Desde esa fecha, con avances y retrocesos esta teoría se desarrolla y se concreta, alianzas y programas que perfilan la perspectiva de alcanzar el Poder a través de coaliciones de partidos representativos d los trabajadores y sectores sociales oprimidos por el sistema con proyectos que buscaban la transformación y el cambio económico y social, al frente de los cuales estarían también hombres de las propias filas populares. Así se constituye el Frente de Acción Popular (FRAP) y después la Unidad Popular de las cuales sería su abanderado nuestro camarada Salvador Allende.
La concepción del Frente de Trabajadores, entonces, no fue una improvisación ni una política accidental o coyuntural. Fue madurando largos años dentro de partido y materializándose con la propia experiencia partidaria, por las frustraciones provocadas por políticas débiles y claudicantes, por la esterilidad de la participación en gabinetes ministeriales que resentían a los trabajadores y por la enseñanza que entregaban la colaboración con sectores políticos de la burguesía que siempre fueron incapaces de romper sus vínculos de clase, su compromiso con los intereses de las clases dominantes. La experiencia que se había vivido con el Gobierno de Ibañez en 1952, repitiendo el error frente populista, había endurecido a la militancia, que no estaba dispuesta a tolerar nuevas debilidades. En adelante, las pugnas internas estarían entre los más o los menos consecuentes con la política revolucionaria de Frente de Trabajadores.
Por tibiezas en este plano sería desplazada la Dirección de Raúl Ampuero en el Congreso de Linares de 1965, asumiendo un nuevo equipo, encabezado por Aniceto Rodriguez, Carlos Altamirano, Adonis Sepúlveda, Erich Schnake, Rolando Calderón y otros que radicalizaría de nuevo las posiciones del Partido.
Incluso, el Congreso de Chillán, de 1967, llevaría a algunos extremos que no correspondían a la situación concreta de Chile, privilegiando la lucha armada, en un país donde se daba un movimiento de masas desarrollado fundamentalmente por socialistas y comunistas, profundamente politizado y combativo, que buscaba cambios revolucionarios.
La realidad nos conduciría a introducirnos con más fuerza en el proceso social; constituir una alianza que no fuera sólo un entendimiento electoral, sino un frente que se dispusiera al cambio económico social.
El llamamiento que socialistas y comunistas harían a las demás fuerzas de izquierda para constituir la Unidad Popular tendría ese sentido. El programa que se aprueba previo a la designación del candidato Presidencial diría lo siguiente:
«La unica alternativa verdaderamente popular y por lo tanto, la tarea fundamental que el Gobierno del Pueblo tiene ante sí, es terminar con el dominio de los imperialistas, de los monopolios, de la oligarquía terrateniente e iniciar la construcción del Socialismo.»
Es decir, la concepción del Frente de trabajadores sintetizada pero expresa: cumplir tareas democráticas y socialistas a través de un Gobierno compuesto por representantes de los partidos de trabajadores. El Presidente Allende llegaría hasta incluir en su Gabinete a los representantes máximos de la CUT, los compañeros Luis Figueroa y Rolando Calderón.
En este análisis de la trayectoria del Partido Socialista quedan, naturalmente, grandes lagunas e interrogantes. Pero sí se desprenden de sus grandes trazos una imagen constante de un partido revolucionario. Sus divisiones, contrariamente a lo que se afirma que se debieron a caudillismos, fueron, en gran medida, de carácter doctrinario.
Tenemos la certeza que el pensamiento del Partido Socialista penetró en vastos sectores populares y fue un elemento fundamental para el triunfo de 1970. Si efectivamente otras fuerzas aportaron a ese proceso, no es menos cierto que la política socialista de alcanzar el Poder pleno ayudaron a desarrollar un movimiento social fuertemente radicalizado y de alta combatividad. Como lo dijera Salvador Allende, su millón de votos correspondía a un millón de conciencias políticas.
El intento del Gobierno Popular, analizado en sus grandezas y debilidades lleva la impronta particular de Salvador Allende y también del Partido Socialista, igualmente con aciertos y errores. Cualquiera que fuera su conducción, el movimiento popular desarrolló fuerzas sociales que llevaron a la antesala del Poder. Naturalmente, la reacción de las clases dominantes correspondería a la histórica postura de impedir por todos los medios ser despojados de sus privilegios. Nunca han entregado el Poder pacíficamente. Por eso, antes de que Allende asumiera su cargo, asesinaron al Comandante en Jefe del Ejercito, René Schnaider, por no querer participar en un golpe de estado. No habían «excesos» ni atropellos a la Constitución, pues aún no estábamos en el Gobierno. La violencia la desataron ellos y la aplicaron ellos. Ciertamente, la aplicación del Programa de la Unidad Popular, repartido por cientos de miles en la campaña electoral de la U.P., desató las iras y la virulencia en las clases dominantes, volaron decenas de torres eléctricas, sabotearon la producción, asesinaron no solo trabajadores sino al Comandante Araya, de la Marina, que era Edecán del Presidente y empujaron en todas formas la intervención de las fuerzas armadas. Así se fue conformando el dilema al borde del enfrentamiento: o Revolución o Contrarevolución. No fuimos capaces de consumar el proceso. Triunfó la más cruel y sanguinaria Contrarevolución habida en el Continente.
El Partido Socialista y el movimiento popular, el pueblo entero inició el 11 de Septiembre de 1973 el pago de sangre por su intento de cambiar el régimen. No fueron los «excesos» ni los errores, mayores o menores, que los hubo, lo que condujo a la intervención armada. Fue la aspiración de realizar la utopía socialista como se le llama hoy día.
La derrota sacudió profundamente al pueblo chileno y el Partido sufrió su propio martirio. Fuera de sus miles de mártires, ha vivido la peor crisis de su historia. No es para menos, fracasó en el intento de cumplir sus sueños. Dispersado en múltiple grupos, el pueblo socialista logró la unidad. El Congreso Salvador Allende inició la difícil tarea de reconstruir el Partido, en nuevas condiciones nacionales e internacionales. Un Programa nuevo debe definir qué pensamos ahora, cuáles son nuestros principios en este presente con sus dinámicos cambios de todo orden: teóricos, científicos, tecnológicos y entregar a la militancia las nuevas alternativas. Lo obrado hasta ahora en esta materia aún no resuelve este problema. Abiertos al futuro, hay que asentar el despegue para hacer realidad las aspiraciones de aquellos que ofrendaron la vida por el Socialismo.
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Adonis Sepúlveda (Enero de 1998)
Introducción
Los partidos políticos nacen como expresiones de necesidades y aspiraciones económicas, sociales y de todo orden que fluyen de los estratos, capas y clases que se generan en las sociedades. Lo efímero o duradero de una entidad política estará en relación directa a su capacidad de identificarse con los problemas y aspiraciones de los sectores que intenta representar.Sin embargo, no es suficiente la carencia de una expresión política en determinados estamentos sociales para que cualquier intento o proyecto cubra el espacio existente. Se puede, en cualquier momento, «inventar» un partido, pero el enraizamiento en radios profundos de la estructura social no se alcanza por actos políticos voluntaristas o meros propósitos doctrinarios o intelectuales. Por muy honesta y luminosa que sea la iniciativa, si ella obedece sólo a móviles coyuntures, accidentales o de liderazgos personales, se proyectará fugazmente en la sociedad. Es necesario que el proyecto calce oportunamente con necesidades económicas y sociales históricas y concretas de los sectores que pretende representar, que haga suyas sus exigencias y esperanzas y las convierta en su quehacer para que aquellos asuman como propia la nueva entidad y la anuden a su destino.
Orígenes
El Partido Socialista de Chile surgió respondiendo a estas características. Se identificó con los trabajadores y sectores oprimidos por el sistema capitalista, expresó su inquietudes, sus intereses y su idiosincracia. Sus fundadores más ilustres, continuadores de luchas por el Socialismo que devenían del siglo pasado, meses antes del acto fundacional, junto a algunos militares revolucionarios se tomaron el Poder el 4 de Junio de l932 para establecer una República Socialista «para el pueblo, por el pueblo y con el pueblo». El intento caló ondo en los trabajadores. Sus líderes fueron endiosados por el Pueblo. De ahí que, la concresión de un Partido por los mismos actores, calzaría con una necesidad social e introduciría a los socialistas al tejido social de Chile.
El intento fracasó. Sus conductores fueron derrotados por un Golpe militar de derecha, encarcelados y deportados. Pero tuvo la virtud de dejar la simiente de la insurgencia social y de exitar las aspiraciones de bienestar, justicia y libertad de las grandes mayorías explotadas y oprimidas. Los trabajadores chilenos llevaban décadas de cruentas luchas por su liberación, la Revolución del 4 de Junio los dejó con la inteligencia de que sus ideales eran alcanzables. Su posibilidad encontró una perspectiva de realización con la fundación del Partido Socialista, el l9 de Abril de l933, que dio continuidad y organicidad al ideario socialista en Chile, ya con años de luchas e intentos orgánicos.
Pero no sólo la experiencia del 4 de Junio inspiró a los fundadores. Su nacimiento fue producto de diversos elementos del proceso social de ese período, tanto nacional como internacional. En primer lugar, del desarrollo y concreción de las ideas socialistas en el mundo; del triunfo de la Revolución Socialista en la Rusia de los Zares; de la crisis económica y la situación política inestable del país. Al momento de la fundación ya se había desarrollado el burocratismo en el Estado Soviético y un sector del Partido Bolchevique y de los partidos comunistas del mundo había sido expulsado de sus filas. Por su parte los partidos socialistas y socialdemócratas, aún inculpados de traición al socialismo, continuaban su inserción en la institucionalidad burguesa; no aparecían como alternativa para América Latina. A la vez, el Partido Comunista de Chile, escindido y jibarizado por los problemas conductuales al interior de la URSS e incapaz de interpretar al pueblo chileno por su incondicionalidad a políticas extrañas dictadas desde Moscú, tampoco era solución para los trabajadores del país.
Esta situación fue generando agrupaciones socialistas que buscaban un camino propio para la lucha por el Socialismo, que afloran públicamente después de la caída de Ibañez en l931. En este marco confluyen a la fundación del Partido Socialista, Acción Revolucionaria Socialista, ARS; Nueva Acción Pública, NAP; la Orden Socialista; el Partido Socialista Marxista y Partido Socialista Unificado, todos pequeños grupos organizados en Santiago con muy débiles ramificaciones en provincias. De su unificación surge una indentidad con características propias, autónoma de la corrientes socialistas y comunistas del mundo y de Chile, Asume lo mejor de esas tendencias pero resolviendo por sí misma, democráticamente, sus principios y su caráter, programa y su quehacer político.
Liderizado por Marmaduke Grove, Eugenio Matte, Oscar Schnacke, Eugenio Gonzalez, Carlos Alberto Martinez y otros, los mismos que 10 meses antes habían estado a la cabeza de la Revolución del 4 de Junio, le dieron vida y alma a una organización revolucionaria, autónoma, altiva y orgullosa, conformada por trabajadores manuales e intelectuales para luchar por la liberación del pueblo chileno, de América Latina y del mundo.
A 68 años de fundación, en la medida que el Socialismo está vigente, sigue siendo una necesidad social. Se trata de adecuarla a las condiciones y exigencias actuales de la lucha social sin renegar de su pasado.
Principios fundacionales
El clima ideológico y político nacional e internacional de esa época, en cuyas características influía notoriamente la Revolución rusa de 1917, a pesar de sus deformaciones burocráticas iniciales, desviación no valorada por el entusiasmo hacia tal acontecimiento, conjugado con otros elementos ya mencionados anteriormente, determina la identidad de la nueva organización: nace como un partido de trabajadores sustentado en una concepción marxista revolucionaria muy propia, que aporta nuevos elementos a esta teoría anticipándose en más de medio siglo a formulaciones críticas actuales.Efectivamente, en el punto uno de la Declaración de Principios de 1933, se establece que se acepta el marxismo como método de interpretación de la realidad, enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos del constante devenir social. Con esta definición primordial el Socialismo Chileno selló su carácter antidogmático y no sectario y se pertrechó de una visión amplia, abierta y autónoma para analizar los fenómenos económicos y sociales. Los acápites siguientes aceptan la lucha de clases, el carácter clasista del Estado y comprometen al Partido con una transformación revolucionaria del sistema, ya que no sería posible la vía pacífica para alcanzar el Poder, afirmando, a la vez, la necesidad transitoria de una «dictadura de los trabajadores». Culmina con una definición latinoamericanista que pregoniza la Unión de Repúblicas Socialistas de América Latina como etapa de la Revolución mundial.
Es importante analizar tales postulados. Estas explícitas formulaciones tienen como característica que, sin mencionar las polémicas teóricas surgidas alrededor de la Revolución Rusa, ellas se encuadran en la concepción de Lenin en la interpretación del marxismo. En su polémica con la socialdemocracia, especialmente con su lider Kausky, Lenin afirmaba que para ser marxista no era suficiente reconocer la lucha de clases, era necesario reconocer también la «Dictadura del Proletariado»; y este punto fue lo que motivó la separación entre la Socialdemocracia y la Internacional Comunista, porque la primera se declaró «democrática» y contra toda dictadura y la segunda habló de la «democracia socialista», concepto que, ampliando profundamente la democracia y la participación de los sectores populares, limitaba los derechos de las clases poseedoras desplazadas del Poder.
¿Cómo concluyeron en estas definiciones revolucionarias nuestros fundadores cuando tales concepciones eran materia de discusión en los círculos ideológicos europeos?
En ese período, la interpretación leninista del marxismo no estaba consagrada como «Marxismo Leninismo», en primer lugar, porque habían muchos teóricos socialistas de distintos países que sostenían posiciones coincidentes con las de Lenin, que no significaban más que la recuperación del sentido revolucionario del marxismo y su naturaleza no dogmática. Estas concepciones fueron abandonadas por los dirigentes socialdemócratas después del desaparecimiento de Carlos Marx y Federico Engels, que sobrevivió al primero por 12 años, aunque ambos alcanzaron a criticar las desviaciones del principal partido adepto a sus ideas, el Socialdemócrata Aleman. Lo que asentaron nuestros fundadores en su Declaración de Principios, entonces, fue, ni más ni menos, que la concepción revolucionaria del Marxismo en cuya clarificación y restitución Lenín sí fue su principal sostenedor. Años después de la muerte de éste, Stalin, convertido en Jefe del Partido Comunista, y como una manera de afianzarse en el Poder, convertiría en un fetichismo el «Marxismo Leninismo» del cual se declararía su principal cultor, utilizándolo a su manera, para su beneficio y como arma contra los discrepantes de su política a los cuales estigmatizaba como «enemigos del Pueblo» por no aceptar su personal interpretación de tal concepción.
A medida que el dominio de Stalin degeneraba el régimen soviético convirtiéndolo en una dictadura personal, cruenta y asesina, el «Marxismo leninismo» pregonado desde el Kremlin se convirtió en la antítesis de las ideas de Marx y Lenin. Quienes han abandonado en estos tiempos el Marxismo, concibiéndolo como la máscara horrorosa y sangrienta del Stalinismo, han cometido un error de lesa ignorancia histórica junto con demostrar un desconocimiento de la historia del Partido Socialista, que supo, en sus orígenes y después en su política concreta, sustentarse en la esencia del pensamiento de aquellos pensadores, interpretándolos libremente; a la vez que supo criticar y distanciarse del Stalinismo sin confundirse con la crítica de la burguesía cuyo régimen de explotación de los trabajadores, no le daba autoridad para convertirse en rector de la sociedad.
El Partido Socialista puede estar orgulloso de haber sido uno de los pocos partidos del mundo, que sin abandonar el sentido revolucionario de su accionar nunca cayó en la visión dogmática y utilitaria del Stalinismo. Si en un momento determinado de su curso histórico se declaró Marxista leninista lo hizo explícitamente en el sentido de interpretar libremente las ideas de Marx y de Lenín.
Es por eso que el Partido Socialista de Chile, con su identidad transformadora, buscó alcanzar el Poder para construir el Socialismo, utilizando los métodos de lucha que fueran necesarios en cada oportunidad, tarea concebida como de largo plazo que llena su existencia, por lo menos hasta 1973.
Su Trayectoria
Enmarcado en estas concepciones, como toda empresa de acción de humanos en el medio humano, el P.S. desarrolló su personalidad portando virtudes y debilidades, incurriendo en aciertos o en severos errores, cruzando etapas de pujante unidad y otras de dolorosas escisiones, pero siempre incerto en el proceso social. Durante toda su existencia, fraccionado o no, ocupó un espacio de rebeldía social en el espectro político nacional y de solidaridad con las luchas de los pueblos del tercer mundo por su liberación, cualesquiera que fueran los métodos de luchas que ellos emplearan.
En sus inicios, imbuído del doctrinarismo clásico de ese período, sostiene una posición clasista y de aspiración de Poder fervorosas. En l934, trata de construir un Frente de Trabajadores, (el Block de Izquierda) con Marmaduque Grove a la cabeza, su lider carismático, que en las elecciones presidenciales anteriores había obtenido la primera mayoría en Santiago y Valparaíso y que electrizaba a las multitudes con su palabra sencilla pero candente. Desarrolla un movimiento de protesta social que ofusca al gobierno derechista del momento y termina persiguiendo y deportando a los líderes socialistas. El partido debe trabajar en la ilegalidad.
En esa etapa, el Partido Comunista de Chile, rechazaba todo entendimiento con los partidos de izquierda conforme a las órdenes que recibía de Moscú. Pero nuevas instrucciones lo llevan a cambiar de postura, no sólo en Chile sino en todo el mundo. De su extremismo infantil pasa al otro extremo y busca constituir un «Frente Popular» incluso con la burguesía nacional. Pasa a entenderse con el Partido Radical a quien ofrece la hegemonía en la constitución de la novísima alianza.
Inicialmente, el P.S. rechaza la línea de Frente Popular, opuesta a su concepción de mantenerse independiente de los partidos representativos de las clases dominantes. El radicalismo arrastraba una historia de alianzas con el liberalismo y otros sectores de la derecha. Pretendía acercarse a la izquierda para liderizar el movimiento popular emergente y alcanzar la Presidencia de la República. El Partido Socialista termina por ceder: retira la postulación de Grove y la Izquierda, encabezada por el Radical Pedro Aguirre Cerda, obtiene su primer triunfo nacional en l938; el P.S. pasa a ser la segunda fuerza del Gobierno del Frente Popular. Transcurrirían tres décadas antes de que fuera hegemónico en la Izquierda con Salvador Allende como su líder.
El Partido asume responsabilidades superiores y juega un papel de primer orden en el desarrollo económico y democrático del país. Sin embargo, a pesar de sus grandes realizaciones, el gobierno no cumple su programa y los sectores obreros, campesinos y medios se sienten frustrados. Se produce el descontento social y la militancia socialista exige cada día con más vigor el retiro de sus ministros del Gabinete. Se agudiza la lucha interna. El aparato dirigente partidario se ha engolosinado con las granjerías gubernamentales y se niega a independizarse. El P.S. sufre su primer gran sisma en 1940.
El quinquenio siguiente es de más quiebres y dispersión. Se llega al Congreso General Ordinario de 1946 donde la militancia joven, más la vieja guardia revolucionaria, desplazan a los equipos burocratizados que han abandonado sus concepciones revolucionarias. Para entender este cambio hay que registrar que la F.J.S. (Federación de la Juventud Socialista) había llegado a ser a fines de la década del 30 una sólida y disciplinada organización con una militancia de más o menos 10.000. militantes, formada políticamente en las concepciones revolucionarias del Partido. De ella surge la llamada «Generación del 38» que aporta a lo largo de la vida socialista 5 Secretarios Generales y una destacada plana mayor de dirigentes de los cuales algunos aún perduran.(Mencionamos a los Secretarios Generales Raúl Ampuero, a Aniceto Rodriguez, Salomón Corvalán, Clodomiro Almeyda, Carlos Briones; y entre los dirigentes históricos, Adonis Sepúlveda, los Palestro, Carmen Lazo, Eduardo Osorio, Ramón Silva Ulloa, Belarmino Elgueta. Es esta generación, liderizada por Raúl Ampuero Díaz y la participación de viejos fundadores que conservaban su espíritu revolucionario, (Eugenio Gonzalez, Carlos Alberto Martinez, Manuel Mandujano, Augusto Pinto, Ramón Sepúlveda Leal, entre otros) los que recuperan los valores del Partido, su independencia y su espíritu de lucha.
El primer fruto de esta recuperación sería la Conferencia de Programa de 1947, de la cual surgió un Documento de trascendencia histórica y cuyo texto definitivo fue elaborado por la brillante pluma de Eugenio Gonzalez. Su aporte teórico sobre el carácter de la Revolución Chilena y Latinoamericana, que le dio un sólido fundamento al quehacer partidario, tuvo gran incidencia en el triunfo del movimiento popular del país en 1970. Veamos algunas de sus formulaciones:
«Nuestro partido representa en Chile el impulso histórico del verdadero Socialismo y la auténtica doctrina socialista que recoge para superar -y no para destruirlos- todos los valores de la herencia cultural como un positivo aporte a la nueva sociedad que deberá erigirse sobre el mundo capitalista.»
«Es necesario que los militantes del P.S. y el pueblo comprendan plenamente la significaciòn histórica y humana del socialismo, la justeza de su posición revolucionaria frente a los problemas de la época y las perspectivas nacionales y mundiales de su acción política . Dialécticamente generado por el Capitalismo, el Socialismo constituye su necesaria superación… corresponde en el momento actual a los partidos socialistas y afines de la América Latina llevar a término en nuestros países semicoloniales las realizaciones económicas y los cambios jurídicos que en otras partes ha impulsado y dirigido la burguesía. Las condiciones anormales y contradictorias en que nos debatimos, determinadas por el atraso de nuestra evolución económico-social en medio de una crisis, al parecer, decisiva del capitalismo, exigen una aceleración en el proceso de la vida colectiva: tenemos que acortar las etapas mediante esfuerzos nacionales solidarios para el aprovechamiento planificado del trabajo, de la técnica y del capital que tengamos a nuestra disposición.»
«El progreso material en naciones más favorecidas, ha sido el efecto del espontáneo juego de fuerzas vitales y sociales en tensión creadora . Entre nosotros, tendrá que ser el resultado de una organización de la actividad colectiva, hecha con un criterio técnicoy dirigida con un propósito social. El giro de los sucesos mundiales y la urgencia de los problemas internos no dan ocasión para esperar. Por ineludible imperativo de las circunstancias históricas, las grandes transformaciones económicas de la Revolución democrático burguesa -reforma agraria, industrialización, liberación nacional- se realizarán en nuestros países latinoamericanos, a través de la Revolución Socialista.»
«Una política de esta naturaleza, que tiende al aprovechamiento intensivo de nuestros recursos naturales, exige la movilización completa del potencial humano por medio de las organizaciones de trabajadores, la nacionalización de las industrias básicas y las reformas del régimen agrario, el manejo estatal de los servicios públicos, especialmente de los de Seguridad, Salubridad y Educación, la convergencia, en fin, de todas las fuerzas sociales creadoras en un propósito de superación nacional. El estado mismo tiene que ser rehecho en su estructura orgánica de acuerdo con la realidad geográfica y económica de la Nación.»
«Sólo la voluntad de la clase trabajadora puede llevar a efecto esta empresa cuya urgencia se hace sentir tan fuertemente en este período de transición que estamos viviendo. Sobre ella no actúan las innhibiciones que se derivan de los intereses creados ni gravita el lastre de los prejuicios tradicionales. Unicamente ella está en condiciones de dar a la sociedad chilena la superior integración e impulso constructivo que la coloquen, de nuevo, en la avanzada del movimiento continental.»
Estas breves citas del Programa de 1947, aunque extensas para el objetivo de este trabajo, entregan los elementos fundamentales del pensamiento político que animaría al Partido Socialista hacia adelante. Están en ellos la base de la Línea de Frente de Trabajadores que sustentaría el Socialismo Chileno casi por un cuarto de siglo, hasta el triunfo de la Unidad Popular que ubicaría al partido y al movimiento popular nacional en la antesala del Poder. Qué nos dice esta teoría. Veamos el informe de Raul Ampuero al XX Congreso del Partido en el año l964:
«Cada vez con mayor resolución comenzamos a sostener una concepción nueva, que negaba a la burguesía chilena, como clase, toda posibilidad real de conducir la lucha antiimperialista y antifeudal y, aún, de participar en ella con lealtad y consecuencia. El desplazamiento de los jefes radicales hacia posiciones derechistas, su ingreso al círculo de los grandes negocios y su incorporación al aparato de explotación del capital extranjero, no eran entoces meros síntomas de corrupción personal o de degradación política, sino índices evidentes de que entre la burguesía y los terratenientes, entre la burguesía y el imperialismo no existían oposiciones fundamentales de intereses. El Partido Radical, bajo dominio de tales dirigentes, dejaba de ser el brioso lider de la pequeña burguesía reformista para adscribirse paulatinamente a posiciones más y más conservadoras.
«Entonces, ¿qué clases eran las llamadas a protogonizar la lucha contra el viejo orden? ¿Cuál era el carácter del proceso revolucionario que nos permitiría desatar nuevas y pujantes fuerzas de progreso? Las respuestas se abrieron lentamente camino, pero se impusieron al fin: únicamente los trabajadores, los explotados, las capas sociales no comprometidas, estaban en condiciones de dar la batalla histórica contra un sistema caduco y en descomposición; sólo una revolución popular y democrática de clara tendencia socialista podría edificar una sociedad de nuevo tipo. Desaparecería la barrera hasta entonces inviolable entre la revolución democrático burguesa y la revolución socialista, para integrarse ambas en un proceso unitario y continuo, que comienza removiendo los grandes obstáculos opuestos al desarrollo -la dependencia imperialista y el régimen semifeudal vigente en la agricultura- para coronar su obra con el establecimiento de relaciones socialistas cada vez más avanzadas.»
Es decir en 1964, se ratifica la teoría desarrollada en el programa de 1947 por Eugenio Gonzalez convirtiéndola en un quehacer político.
Desde esa fecha, con avances y retrocesos esta teoría se desarrolla y se concreta, alianzas y programas que perfilan la perspectiva de alcanzar el Poder a través de coaliciones de partidos representativos d los trabajadores y sectores sociales oprimidos por el sistema con proyectos que buscaban la transformación y el cambio económico y social, al frente de los cuales estarían también hombres de las propias filas populares. Así se constituye el Frente de Acción Popular (FRAP) y después la Unidad Popular de las cuales sería su abanderado nuestro camarada Salvador Allende.
La concepción del Frente de Trabajadores, entonces, no fue una improvisación ni una política accidental o coyuntural. Fue madurando largos años dentro de partido y materializándose con la propia experiencia partidaria, por las frustraciones provocadas por políticas débiles y claudicantes, por la esterilidad de la participación en gabinetes ministeriales que resentían a los trabajadores y por la enseñanza que entregaban la colaboración con sectores políticos de la burguesía que siempre fueron incapaces de romper sus vínculos de clase, su compromiso con los intereses de las clases dominantes. La experiencia que se había vivido con el Gobierno de Ibañez en 1952, repitiendo el error frente populista, había endurecido a la militancia, que no estaba dispuesta a tolerar nuevas debilidades. En adelante, las pugnas internas estarían entre los más o los menos consecuentes con la política revolucionaria de Frente de Trabajadores.
Por tibiezas en este plano sería desplazada la Dirección de Raúl Ampuero en el Congreso de Linares de 1965, asumiendo un nuevo equipo, encabezado por Aniceto Rodriguez, Carlos Altamirano, Adonis Sepúlveda, Erich Schnake, Rolando Calderón y otros que radicalizaría de nuevo las posiciones del Partido.
Incluso, el Congreso de Chillán, de 1967, llevaría a algunos extremos que no correspondían a la situación concreta de Chile, privilegiando la lucha armada, en un país donde se daba un movimiento de masas desarrollado fundamentalmente por socialistas y comunistas, profundamente politizado y combativo, que buscaba cambios revolucionarios.
La realidad nos conduciría a introducirnos con más fuerza en el proceso social; constituir una alianza que no fuera sólo un entendimiento electoral, sino un frente que se dispusiera al cambio económico social.
El llamamiento que socialistas y comunistas harían a las demás fuerzas de izquierda para constituir la Unidad Popular tendría ese sentido. El programa que se aprueba previo a la designación del candidato Presidencial diría lo siguiente:
«La unica alternativa verdaderamente popular y por lo tanto, la tarea fundamental que el Gobierno del Pueblo tiene ante sí, es terminar con el dominio de los imperialistas, de los monopolios, de la oligarquía terrateniente e iniciar la construcción del Socialismo.»
Es decir, la concepción del Frente de trabajadores sintetizada pero expresa: cumplir tareas democráticas y socialistas a través de un Gobierno compuesto por representantes de los partidos de trabajadores. El Presidente Allende llegaría hasta incluir en su Gabinete a los representantes máximos de la CUT, los compañeros Luis Figueroa y Rolando Calderón.
En este análisis de la trayectoria del Partido Socialista quedan, naturalmente, grandes lagunas e interrogantes. Pero sí se desprenden de sus grandes trazos una imagen constante de un partido revolucionario. Sus divisiones, contrariamente a lo que se afirma que se debieron a caudillismos, fueron, en gran medida, de carácter doctrinario.
Tenemos la certeza que el pensamiento del Partido Socialista penetró en vastos sectores populares y fue un elemento fundamental para el triunfo de 1970. Si efectivamente otras fuerzas aportaron a ese proceso, no es menos cierto que la política socialista de alcanzar el Poder pleno ayudaron a desarrollar un movimiento social fuertemente radicalizado y de alta combatividad. Como lo dijera Salvador Allende, su millón de votos correspondía a un millón de conciencias políticas.
El intento del Gobierno Popular, analizado en sus grandezas y debilidades lleva la impronta particular de Salvador Allende y también del Partido Socialista, igualmente con aciertos y errores. Cualquiera que fuera su conducción, el movimiento popular desarrolló fuerzas sociales que llevaron a la antesala del Poder. Naturalmente, la reacción de las clases dominantes correspondería a la histórica postura de impedir por todos los medios ser despojados de sus privilegios. Nunca han entregado el Poder pacíficamente. Por eso, antes de que Allende asumiera su cargo, asesinaron al Comandante en Jefe del Ejercito, René Schnaider, por no querer participar en un golpe de estado. No habían «excesos» ni atropellos a la Constitución, pues aún no estábamos en el Gobierno. La violencia la desataron ellos y la aplicaron ellos. Ciertamente, la aplicación del Programa de la Unidad Popular, repartido por cientos de miles en la campaña electoral de la U.P., desató las iras y la virulencia en las clases dominantes, volaron decenas de torres eléctricas, sabotearon la producción, asesinaron no solo trabajadores sino al Comandante Araya, de la Marina, que era Edecán del Presidente y empujaron en todas formas la intervención de las fuerzas armadas. Así se fue conformando el dilema al borde del enfrentamiento: o Revolución o Contrarevolución. No fuimos capaces de consumar el proceso. Triunfó la más cruel y sanguinaria Contrarevolución habida en el Continente.
El Partido Socialista y el movimiento popular, el pueblo entero inició el 11 de Septiembre de 1973 el pago de sangre por su intento de cambiar el régimen. No fueron los «excesos» ni los errores, mayores o menores, que los hubo, lo que condujo a la intervención armada. Fue la aspiración de realizar la utopía socialista como se le llama hoy día.
La derrota sacudió profundamente al pueblo chileno y el Partido sufrió su propio martirio. Fuera de sus miles de mártires, ha vivido la peor crisis de su historia. No es para menos, fracasó en el intento de cumplir sus sueños. Dispersado en múltiple grupos, el pueblo socialista logró la unidad. El Congreso Salvador Allende inició la difícil tarea de reconstruir el Partido, en nuevas condiciones nacionales e internacionales. Un Programa nuevo debe definir qué pensamos ahora, cuáles son nuestros principios en este presente con sus dinámicos cambios de todo orden: teóricos, científicos, tecnológicos y entregar a la militancia las nuevas alternativas. Lo obrado hasta ahora en esta materia aún no resuelve este problema. Abiertos al futuro, hay que asentar el despegue para hacer realidad las aspiraciones de aquellos que ofrendaron la vida por el Socialismo.